De los barómetros del CIS trascienden las prospecciones sobre el voto y los análisis en clave electoral de periodistas, politólogos y profesionales de la manducatoria pública. Pero no está nada claro que el interés de los ilusionistas de los platós coincida con el de la inmensa mayoría de este perro mundo.
Pensemos en los comicios celebrados en España los últimos dos años, en el triunfo del bréxit y en el resultado del referéndum sobre el acuerdo de paz con las FARC, y sólo confirmaremos la ceguera de los adivinadores. Pero si las predicciones sobre el voto pueden llevar a desengaño, el rastreo de otras magnitudes, como la "felicidad" de los españoles, supone casi una provocación.
Parece que España, esta tierra cainita, soleada y alegre, es feliz. Resulta que el cuarto país en el acróstico de los apestados de Europa (Pigs) es tozuda e inexplicablemente dichoso. Según el CIS, un 76,7% de los españoles se declara -del uno al diez- entre notable y "completamente feliz", frente al 2,5% que admite sentirse entre notable y completamente desdichado.
Ni el paro, ni la corrupción, ni los problemas de índole económica, ni la pobreza infantil, ni los desahucios, ni la fuga de cerebros conmueven a un país instalado en la satisfacción. Para colmo, este estado de gracia no ha dejado de aumentar: en el barómetro de octubre de 2014 un 69,4% de los españoles reconocía su felicidad, porcentaje que aumentó hasta el 75,8% un año después.
Los encuestadores no precisan a qué se refieren cuando preguntan sobre la felicidad, pero por el resultado de otras inquisiciones anteriores sólo cabe la posibilidad de que se trate de una emoción ilógica, indolente y desmemoriada. Si no, no se entiende que el mismo pueblo que considera "mala" o "muy mala" (64,8%) la situación económica, "mala o muy mala" (88,1%) la situación política y que es resueltamente pesimista a un año vista, proclame sin ambages ni remordimientos su estado de gracia.
¿Y usted? ¿Es feliz, es un inconsciente, es un sádico o no es asunto mío? Pues eso.