¡Menudo lío con Fernando Trueba! El relato del boicot a La reina de España es tan potente, tan coherente, tan redondo, que muchos lo han dado por bueno. Pero es malo: el público no ha ido a verla por el boicot, sino por desinterés. Ha sido después, con el lío, cuando algunos nos hemos animado a verla: el relato del boicot ha resultado una excelente campaña promocional tras el fracaso del estreno, en favor de la película. Bien está, si la ha ayudado.
No ha habido boicot, aunque unos pocos lo propusiesen; pero sí ha habido una cascada de columnas y tuits improcedentes contra Trueba. Se ha manifestado el nacionalismo (el patrioterismo) español, ese que –digan lo que digan– habitualmente no se manifiesta, porque está muy atenuado. Pero es una bestia el nacionalismo, y a poco que se lo zarandee espabila. La relajación patriótica en que hemos vivido en España desde la muerte de Franco (salvo en el País Vasco y Cataluña, en que se cambió un nacionalismo por otro: no ha habido allí descanso de banderas) es un lujo que quizá algún día echemos de menos.
Es en este contexto lujoso en el que Trueba dijo que no se sentía español. Que lo dijese es un honor para nuestra España: lo dijo porque lo podía decir. En otros contextos abrasivos –como los de los nacionalismos catalán y vasco– es más difícil decir esas cosas. Pero siempre hay riesgo de que, como temía Nietzsche, retorne “el espíritu de la pesadez”: las brasas catalanas y vascas amenazan con encender de nuevo las brasas españolas... Como prendan, ahí se acabará la superioridad española de hoy: que consiste en admitir tan guapamente declaraciones zumbonas como la de Trueba.
Por lo demás, una cosa son las obligaciones ciudadanas, incluida la lealtad al país, que en la España actual es lealtad a nuestra democracia, y otra lo que cada uno sienta en cuanto a abstracciones como la patriótica. Por apoyar esa “libertad de sentimientos”, y ya también por curiosidad, fui a ver la película. En principio, como he dicho, no me interesaba. Y salí del cine como entré: sin que me terminara de interesar. Pero no es un bodrio. La película se deja ver. La sala estaba casi llena (Vialia Málaga, miércoles 30 de noviembre, sesión de las 19h) y la gente la vio con complicidad y agrado. Es, en lo bueno y en lo malo, una película típica del cine español: académica, conservadora en estética, confortablemente adocenada (pese a sus explicitaciones progresistas).
Al cabo, La reina de España tiene bastante de españolada: lo más gracioso es la escena (eficaz pero chusca) en que le dan por el culo a Jorge Sanz; y cuando Penélope Cruz le dice a Franco (Carlos Areces): “Yo hago lo que me sale del coño” (¡esto ha sido un spoiler!). Habría sido mejor para todos que Trueba se sintiera algo más español, a cambio de serlo menos.