Hace tres o cuatro días, mientras en la Carrera de San Jerónimo se preparaban las celebraciones de la Constitución, mantuve una charla con Antonio Chaves. Antonio es jefe de mantenimiento del Congreso y lleva toda la vida en la casa. Allí vivió el 23-F, y guarda desde entonces una foto maravillosa tomada al día siguiente del intento de golpe en la que se le ve recibiendo el abrazo del presidente Suárez: junto a él había pasado toda aquella noche bajo la mirada ominosa del teniente coronel Tejero.
Antonio es la memoria viva del Congreso: en más de treinta años le ha dado tiempo a ver de todo, y después de tanto tiempo lleva su condición de trabajador de la Cámara con un orgullo que estremece. Se siente parte de esto, y sabe que si las cosas funcionan es porque hay un ejército de personas como él encargadas de engrasar la maquinaria cada día. A los trabajadores del Congreso apenas se les ve, pero nadie puede imaginarse cómo se notan.
Bibliotecarios, documentalistas, archiveros, ujieres, informáticos, ordenanzas, encargados de seguridad, hacen impecablemente su trabajo para que los diputados podamos preocuparnos del nuestro. Son ellos los que encuentran una sala para una reunión inesperada, los que aparecen con botellas de agua cuando una sesión se prolonga, los que dan con un documento esencial, los que buscan un papel extraviado, un libro importante, una información necesaria. Y lo mejor de todo es que lo hacen con un talante encomiable: he trabajado en muchos sitios, y nunca había encontrado un equipo humano tan amable como el del Congreso. Hay algo maternal en los cuidados que nos proporcionan, hasta el punto de que, al iniciarse los plenos, la jefa de ujieres se cuida de llenar una fuente de caramelos para que sus señorías se endulcen las agrias disputas de la vida política.
Creo que hablo en nombre de los trescientos cincuenta diputados al decir que todos, del primero al último, reconocemos su labor mucho más de lo que somos capaces de hacerles saber. Que les agradecemos sus desvelos, su profesionalidad, su eficacia, sus sonrisas. Que somos afortunados por tenerles allí, y que nada podría hacerse sin su concurso. Los hombres y las mujeres que trabajan en el Congreso son el mejor ejemplo de servicio público. A ellos tenemos que aspirar a parecernos los que estamos representando a los españoles. Sirva este texto como pequeño homenaje a todos en vísperas de nuestro día grande. Señores, señoras, muchísimas gracias.