Ahora se ha puesto de moda hablar en Podemos de “coralidad”, y todo el que lo dice debe disimular las ganas que tiene de llevar la voz cantante él solo. Sobre todo Pablo Iglesias, que es el macho alfa (¡el Aznar!) de Podemos. Decir mucho “coralidad” suena a exorcismo de los propios demonios. O a estrategia para que los demás acaben en el fondo del escenario coreando al solista: en Pablo Iglesias se oculta un Julio Iglesias.
De momento han acordado que en el próximo congreso de Vistalegre se visualice alegremente el trío P-E-A: pablistas, errejonistas y anticapitalistas. Cómo suenen será otra cosa. Yo tengo especial interés, por motivos regionales, en escuchar a Teresa Rodríguez y el Kichi: esa mezcla de Lole y Manuel y los Clinton. Y, ya por amor al arte, a Errejón Garfunkel: ¡su puente sobre aguas turbulentas! Y a Rita Maestre, la Laura Pausini espigada. También espero los gorgoritos, dentro o fuera del escenario, de Juan Carlos Monedero, el gran ruiseñor. Aunque algo está garantizado: por mucho que desentonen en los debates, al final todos cantarán al unísono algo de Quilapayún.
Pero antes que de ningún músico, de quien me acordé cuando el ególatra Iglesias habló de “coralidad” fue del actor Carlos Larrañaga, que de egolatría tampoco andaba corto. Según me contaron (¡fuentes fidedignas!), a finales de los noventa el galán acudió a una productora de televisión para que le hicieran una serie a la medida. “Ante todo que sea coral –exigió–, no quiero todo el protagonismo para mí”. La serie terminó siendo Señor alcalde, que emitió Telecinco. El alcalde, por supuesto, era Larrañaga. Pero empezó mal.
Al leer el primer capítulo se sintió decepcionado y fue a quejarse a los responsables: “Os ha quedado pelín coral, ¿eh? ¡Pelín coral!”. Cuando le dijeron que justo eso había pedido, que fuese coral, respondió: “¡Es que a mí hay que saberme entender!”. Y explicó, guión en mano: “Mirad, esta secuencia del debate en el ayuntamiento, por ejemplo. ¿Por qué habla tanto el de la oposición? Quedaría mejor así. Él se levanta para hablar, pero antes de que abra la boca yo le digo: No, no, si yo sé ya lo que me vas a decir. Tú me vas a decir que tal, tal, tal. Pues yo a eso te replico que tal, tal, tal. Y él vuelve a intentar decir algo y yo lo mismo, vuelvo a cortarle. Y así una y otra vez. ¡No me digáis que no queda muchísimo mejor!”.
Ese va a ser el problema de Pablo Iglesias, o nuestro problema: que no le sabemos entender cuando dice “coralidad”.