Se está poniendo la democracia un tanto rupestre últimamente. Y es que brotan como champiñones los ciudadanos teóricamente alfabetizados a los que hay que explicarles a todas horas los cimientos de la vida en común en los Estados de Derecho como a los niños se les dice una y otra vez que no metan la lengua en los enchufes. Ayer mismo un independentista defendía en Twitter a Artur Mas con el argumento de que también lo que hizo Oskar Schindler fue ilegal. Según este independentista, lo que era impecablemente legal era Auschwitz. Sus seguidores le aplaudieron la ocurrencia. “Es lo mejor que hemos leído jamás sobre este asunto”. ¡Pues sí que han leído poco sobre este asunto!
Y así, los inocentes bienintencionados que creíamos que en las democracias occidentales ya habíamos superado la pantalla del caciquismo nos vemos obligados a explicarles a estos recién caídos del peral que Auschwitz no era legal, que en España no se hornea a seres humanos como sí se hacía en Auschwitz, y que lo que hizo Oskar Schindler, legal, ilegal o alegal, es admirable pero que de ahí nadie con dos dedos de frente extraería la conclusión de que todo lo ilegal es correcto, o necesario, o legítimo per se. El absurdo se entiende mejor en boca de un violador que le contestara al fiscal: “Usted dice que violar es ilegal pero también lo que hizo Oskar Schindler lo era. Lo que era legal es Auschwitz, señor fiscal”. ¿Se imaginan al juez respondiendo “No se hable más, me ha convencido, salga usted libre a la calle y a violar, que son dos días”? Yo tampoco.
Y dirán ustedes si son independentistas: “Hombre, no me vaya a comparar poner las urnas en las calles con una violación”. Y yo le responderé dos cosas: 1) El que está comparando democracias europeas con campos de exterminio es usted, y 2) Artur Mas no se sienta frente al juez por “poner las urnas” de la misma manera que un violador no se sienta frente al juez por “follar”.
[Que conste que esta última frase no es mía y que la he leído en Twitter. No todo es infrapensamiento en las redes sociales].
También ha sido necesario explicar últimamente que reventar conferencias o pegarle palizas al prójimo está mal, independientemente de la ideología de la víctima. Y que si esa víctima ha delinquido, lo que hay que hacer es acudir a comisaría con las pruebas. Que para eso le hemos cedido el monopolio de la violencia al Estado, por más que la tentación de calzarle un par de guantazos a rodabrazo a según qué especímenes esté ahí a diario. La alternativa es entregarle las calles a los más tontos de entre los nuestros, que no por casualidad suelen ser los alegres jovenzuelos fascistas y los dicharacheros jovenzuelos comunistas. Mucho más peligrosos estos últimos, desde luego, aunque sólo sea porque son muchos más. Pero de esto ya han hablado otros y tampoco tiene muchas más vueltas.
Miren ustedes: la democracia está para cosas más importantes que para ir explicándole una y otra vez las bases de la modernidad a los ciudadanos emparrados como si fuera Sísifo empujando su piedra montaña arriba y una y otra vez durante toda la eternidad. Y si de lo que se trata es de ajustar la definición de democracia a lo que le convenga a nuestro santo capricho en un momento determinado, que lo digan. Porque caprichos tenemos todos.