Recrea el director Paolo Sorrentino, en su por tantas razones recomendable película Il Divo, el momento en que los fieles de Giulio Andreotti le proponen que se postule a la presidencia de la República, magistratura que jamás iba a alcanzar. Tras escucharlos en silencio, el veterano político suspira y dice:
—A decir verdad, yo siempre me he considerado un hombre mediano.
Sus secuaces se miran entre sí, preguntándose si la críptica frase quiere decir que su líder no está por la labor. Este les deja que lo duden durante unos segundos y entonces añade:
—Pero, francamente, no veo ningún gigante por aquí.
Los hombres de Andreotti suspiran, la candidatura se presenta y, por razones que no son del caso, resulta derrotada. Lo que sí viene al caso es la lógica de Andreotti: a él le valió para permanecer en primera fila de la política italiana durante décadas, aunque no se le otorgara la jefatura del Estado; y a un señor de Pontevedra llamado Mariano Rajoy Brey le ha valido para ganar tres elecciones seguidas, sumar seis años en la presidencia del gobierno e ir camino de acumular algunos más.
Es posible que no sea más que un político mediano: no destacó jamás por su carisma, su oratoria o su capacidad de galvanizar a las masas; sobre todo si se lo compara con los monstruos que en esos aspectos ha producido la política española, desde el portentoso Manuel Azaña hasta el taumaturgo Felipe González; pero he aquí que, en ausencia de gigantes que le disputen la victoria, las elecciones son para él un paseo militar y para poder gobernar sólo ha de esperar a que los otros se suiciden.
Este fin de semana, con toda seguridad, será de nuevo ungido como presidente de su partido. A los ojos del espectador malévolo, todo el trabajo precongresual no es más que la acumulación de energía necesaria para producir la gran ola sobre la que se encaramará este consumado surfista de la política para demostrar que aquí, por mucho que les jorobe a esos otros que se creyeron tanto, el que manda es él y nadie más que él.
Y en desdichada simultaneidad (desdichada para los otros, no para Rajoy) una de las fuerzas que le disputan el poder monta un no se sabe muy bien qué (las votaciones se despachan por internet) para escenificar su feroz división y el desconcierto de muchos de sus militantes por haber tenido la posibilidad, siquiera teórica, de desalojar al mediano líder de la Moncloa y verse como se ven: reducidos a una tropa que patea la función pero no tiene ni la más mínima posibilidad de escribir el argumento. El que creyó que era ventajoso hacer su cónclave coincidiendo con el de los populares debe de estar arrancándose los pelos.
Así las cosas, y mientras Podemos consuma su harakiri y el PSOE se desangra en vísperas de primarias a muerte, se confirma esa otra famosa frase del sibilino Andreotti: "Es cierto que el poder desgasta, pero desgasta mucho más la oposición".