María Dolores de Cospedal, ministra de Defensa y generala del PP, demostró con creces en el inicio del congreso popular su capacidad para compatibilizar ambos cargos cuando casi entona el himno a los caídos para recordar por su nombre de pila a los compañeros fallecidos.
La letanía, brizna de emoción en un congreso a la búlgara, terminó con aplauso sentido porque Cospedal citó a Rita Barberá -que sigue despertando mala conciencia en el PP-, porque es necesario y generoso homenajear a los que ya no están, y porque es lógico que los ausentes procuren una humana conmoción… una vez muertos.
El problema es qué hacer con los desaparecidos no finados. Y, sobre todo, qué hacer con ellos cuando han hecho la puñeta mientras vivían y coleaban. En el caso de Aznar, baja por primera vez en un congreso del PP desde los tiempos de AP, sucesor no tutelado de Fraga Iribarne, promotor del milagro español y autor del cuaderno azul que prescribió el destino de Rajoy, nadie lo echa de menos.
En la primera jornada del 18º Congreso del PP no ha habido un sólo signo que permita intuir que sus compañeros de partido están dispuestos a convertir la ausencia de Aznar en motivo de duelo o reconocimiento colectivo.
Va de suyo que Aznar tiene amigos queridos en el PP, pero lo cierto es que no fue citado -¡y mira que Aznar ha sido hombre de aforismos memorables!- ni mencionado, ni siquiera aludido, en ninguno de los discursos oficiales. Los extraoficiales no cuentan porque la malignidad es el motor de los corrillos y porque por los pasillos andaba Cayetana Álvarez de Toledo como depositaria del espíritu ausente del desaparecido presidente de honor.
Rajoy ha deparado a Aznar el olvido que sólo son capaces de tributar las parejas despechadas. La omisión activa de Aznar pretende ser la última palada de Rajoy sobre el cadáver del padre mientras, quedamente, canturrea aquello de La muerte no es el final.