La coronación de una reinona disfrazada de Virgen en el carnaval de Las Palmas y la campaña contra los niños transexuales de los integristas católicos de Hazte Oír constituyen dos expresiones motivadas por causas disímiles, pero embebidas del mismo resentimiento e idéntica insensibilidad.
Del simulacro de crucifixión que convirtió en ganadora del carnaval canario a Drag Sethlas llama la atención que un concepto tan limitado y anticuado de la transgresión haya merecido algún reconocimiento en un certamen con pretensiones culturales. De que allí hubiera 6.000 aplaudidores sólo puede concluirse un histrionismo pandémico con la intención de afrentar a la Iglesia justo cuando más se esfuerza por acabar con su endémica homofobia.
Cuarenta años después de que Javier Krahe cocinase un cristo, treinta después del estreno de Entre Tinieblas de Almodóvar y veintitantos después del debut de Extremoduro con el resucitado Robe Iniesta armado con un par de pistolas, lo mínimo que se puede reprochar a Drag Sethlas es su falta de originalidad. La transgresión extemporánea, como el arroz pasado, apenas sirve para improvisar cataplasmas, así que muy generoso ha sido monseñor Ricardo Blázquez al referir la “libertad de expresión” para hablar de la Virgen Queen.
Lo único amable que se podría decir de ese espectáculo es que su motivación fuera lúdica y festiva y no estrictamente ofensiva. A esta salvedad ni siquiera podría acogerse la asociación Hazte Oír para defender su detestable campaña en respuesta a la lanzada hace unos meses por la asociación de familias de menores transexuales Chrysallis en las marquesinas de los buses de Navarra y País Vasco.
Cuando los integristas católicos esgrimen eso de que “Los niños tienen pene, las niñas tienen vulva” reducen la condición humana a una dimensión absurdamente morfológica -la biología es más amplia y ambiciosa- y contraponen un mensaje de odio a una campaña de sensibilización social para proteger a menores.
Con todo, mientras la campaña inadmisible de Hazte Oír ha hecho reaccionar a la contra a PP y PSOE, el ataque a los católicos apenas ha suscitado protestas individuales, de lo cual alguien podría inferir que algunas fobias son más correctas que otras. La estupidez incubada de desprecio genera aberraciones cotidianas: unas veces sobre unas plataformas, otras en la publicidad de las guaguas.