Susana Díaz ha organizado una fuerza contrarrevolucionaria, que es a lo que están todos los partidos tradicionales en crisis en estos tiempos de cesarismo. Evitar el abismo Corbyn. Me disponía a escribir algo sobre el discurso de Susana Díaz -por sus textos los conoceréis- pero o yo estoy muy espeso o su discurso se dirigía únicamente a los militantes. Seres anómalos. No hay nada tan ajeno para mí como la mente de alguien que está dispuesto a pagar una cuota por su ideología. He escuchado dos veces su soflama y me da la impresión de que no ha dicho nada. Voy a ponerlo una tercera y ahora les cuento.
Lo dicho. La sensación es como la de masticar tofu. ¿100% PSOE? ¿Quién se valdría de porcentajes para seducir?¿Se ha convertido el centenario partido en un supermercado de barrio? La prueba de que el discurso de la andaluza es poco nutritivo, es que la noticia no estuvo en la tribuna sino en la bancada. González, Guerra, Rubalcaba, Zapatero: la reacción del progresismo o el progresismo reaccionario. La comunión del establishment frente a la ruptura.
La nostalgia es hermosa. Es un privilegio asistir al momento en que el progresista se transforma en conservador. Es la aspiración de todo hombre de bien que, como anunció Savater, ambiciona reconocerse algún día luchando como un conservador para que los frívolos no destruyan las instituciones que forjó cuando era progresista. Se han cumplido 60 años de la Unión Europea y, quién nos lo iba a decir, hoy sus defensores somos una de las mayores hordas contrarrevolucionarias que ha conocido la historia.
El suyo es un discurso mediocre, sí, pero el mal menor se llama Susana Díaz, porque es mejor decir nada que hablar, como un recién matriculado en Sociología, de la Europa de los mercaderes y de las elites financieras. Yo creo que Díaz representa al peor de los socialismos, si exceptuamos a todos los demás. Y esa es la definición canónica de democracia: la resignación churchilliana ante el mal menor.
El sanchismo rampante nos aboca a un futuro de camisas vaqueras y confesiones en Salvados. A un invierno eterno de luenas y sumelzos, de bailes con Iceta y vacaciones en Malibú. Lo que diferencia al susanismo del populismo es que el primero es pura transacción moral, el arte de lo posible, una negociación inevitable con sus adversarios, el sí de Madina, la resurrección de Matilde Fernández, una mediocridad ecuménica. Sólo la reacción puede salvar al socialismo. Qué bendita paradoja.