Para mí iban juntos, aunque no parecieran cercanos. Ellos mismos se juntaban: hubo un tiempo en que se echaban piropos en la prensa. Yo empecé leyendo a Francisco Umbral, como todos, y por él empecé a leer a Salvador Pániker, que ahora se ha muerto. Debió de ser después de alguna entrevista o algún artículo, en que Umbral lo definía como “un dandy hindú vestido culturalmente en Oxford por el mejor sastre de Barcelona”. La mirada de Pániker era exactamente la opuesta a la de un nacionalista; es decir, amplia. Hijo de padre indio y madre catalana, una vez le preguntaron si no se sentía raro de ser medio indio, a lo que respondió que en todo caso debería sentirse raro de ser medio catalán, porque indios hay mil millones y catalanes apenas siete.
De Umbral me he acordado estos días a propósito de la condena por los chistes sobre Carrero Blanco. Parece que vuelven a reactivarse asuntos que ya estaban resueltos en 1981. Ese año, en su novela A la sombra de las muchachas rojas, Umbral escribía sin problema: “La gente andaba por la calle mirando para el cielo [...] el cometa Carrero nos tenía a todos con la tortícolis puesta [...] era como volver a ver zeppelines, globos o cometas Halley”. Pániker habló de lo retroprogresivo, pero en un sentido positivo tanto del retroceso como del progreso, que se prestaban virtudes (y virtualidades) mutuamente. Lo que tenemos ahora es una regresión sin más, por infección ideológica.
Una de las liberaciones que reportaba la lectura de Pániker era justo la de la liberación de lo simbólico: sus palabras ponían entre paréntesis las palabras; las aligeraba de peso metafísico, es decir, de su tendencia al abuso semántico. Lo suyo eran indagaciones verbales, conceptuales, como una búsqueda y también como una música de acompañamiento. Su libro más importante, Aproximación al origen –que casi resume la filosofía de su gloriosa editorial Kairós–, está repleto de sugerencias, de sugestiones: de puentes entre oriente y occidente, entre la ciencia y el arte, entre lo material y lo místico, entre lo biográfico y lo cósmico... La idea más fuerte que aprendí es que nuestra orfandad es mucho más radical de lo que sospechamos cuando nos quejamos: tan radical que deja de tener sentido la noción misma de orfandad, y por lo tanto la queja.
En uno de sus diarios escribió: “A mí la muerte no deja de producirme una cierta exasperación de fondo, lo cual me invita a trascender el ego. Trascender el ego equivale a que las piezas encajen de otro modo, superando las ingenuas pataletas de Unamuno”. Otra cosa que dijo Umbral de él es que era un pensador apasionante, precisamente por desapasionado. Sofisticado, natural, elegante, civilizado, corporal, racional, narcisista sin ego, místico sin religión, lúdico, lúcido: un raro mundial.