En política, el motorista es el forense desde que Franco acostumbró a sus ministros a que los ceses salían de El Pardo sobre ossas y bultacos. Motorista de Mariano Rajoy fue Federico Trillo, que en 2011 despidió a Francisco Camps con abrazos litúrgicos después de haber sido absuelto en el caso de los trajes. Y de motorista se ha estrenado Martínez-Maillo para forzar la dimisión del presidente de Murcia antes de que la oposición le arrebatase esta plaza en una moción de censura.
El vicesecretario general ha despedido a Pedro Antonio Sánchez con piropos, promesas de rehabilitación y muestras de pesar muy en sintonía con los pucheros oficiales. Ha dicho que PAS -así es como lo llaman los amigos- es un “hombre bueno”, que es lo máximo que se puede decir de alguien después de los versos de Antonio Machado, y ha clamado contra los “justicieros” que pisotean la presunción de inocencia, en alusión -sin consecuencias- a Cs y la oposición. Se puede afirmar entonces que el PP ha consentido el sacrificio del presidente de Murcia no en nombre de la regeneración ni de la pulcritud, sino en virtud de un sentido librecambista de la política según el cual Murcia bien vale el martirio de un inocente.
Pero no malinterpremos a Maillo. Los halagos a los muertos se los lleva al hoyo la última palada y el vicesecretario general no podía más que ponerle sentimiento al sepelio por decoro, por coherencia con el blindaje que Génova ha brindado a PAS desde que fue imputado en el caso Auditorio y porque con arrope los malos tragos son menos. Va de suyo que, salvo para los herederos, los entierros no son plato de gusto.
El caso es que Maillo le ha llevado las cajas de embalar a PAS -la trituradora se queda siempre en los despachos- cuando en realidad quien debió de hacer de motorista es el ministro de Justicia. Fue Rafael Catalá quien comunicó a PAS que la Fiscalía General del Estado se opondría a imputarle en Púnica; quien criticó a las fiscales del caso por negarse a firmar el escrito de Anticorrupción que instaba a no actuar contra el presidente murciano; y quien con su actitud ha embarcado a todo el partido en la aventura de verle el envido a Cs.
Rajoy pensó que lo que estaba en juego en Murcia era una partida de cartas, no la gestión de una crisis de credibilidad. Finalmente ha tumbado a Sánchez no porque piense que su imputación en el caso Auditorio o sus acuerdos con un empresario de la Púnica es incompatible con la Presidencia del Gobierno regional, sino porque el último escrito de Eloy Velasco no sólo facilitaba sino que obligaba a Cs a votar la moción de censura con el PSOE y Podemos.
De la caída de PAS nos quedamos entonces con la victoria moral de Cs, que preserva barcos y honra; con la frustración de última hora de PSOE y Podemos, compuestos y sin novia; con el papel estelar del ministro Catalá; y con la elegía del motorista Maillo. Entendemos entonces que la democracia ha sustituido el rictus funcionarial de los repartidores de ceses franquistas, que apenas saludaban y extendían el portafolios con el acuse de recibo sin quitarse el casco, por la costumbre plañidera de las pompas fúnebres.