Susana Díaz presentó este miércoles una visión estratégica para la cultura española, como parte del programa que impulsará en caso de ser elegida a la secretaría general del PSOE y, después, al gobierno de la nación.
Aún resuenan las carcajadas del respetable. Y con razón. Por las redes circularon un par de extractos en los que se alternaban errores de sintaxis y de concordancia (“América Latina y Estados Unidos donde hay 500 millones de hispano hablantes es una gran oportunidad”), sorprendentes afirmaciones (“La cultura nos hace más libres y más felices. Pero en el siglo XXI debe ser parte del desarrollo económico”) y osadas aseveraciones geográficas (“Asia tiene excelentes playas por lo que los turistas asiáticos que vienen a España buscan cultura”; díganselo al tipo de Kamchatka que se está tostando en Benidorm).
El problema de fondo, sin embargo, es que el programa de Susana supura una idea de la cultura como mero cebo de colorines para turistas chinos. Lo mejor que se podría hacer con la cultura, según se desprende de sus propuestas, es tunearla para que los asiáticos se avengan a dejar más pasta en caja. Ahí se han cebado los críticos, de nuevo con razón aunque también con un cierto tufillo antiandalucista (titular de La Vanguardia: “El programa cultural de Díaz: que los chinos vengan a ver la Giralda”; esto por no hablar de las bromas de los tuiteros con la “curtura” y la “jartá de shinos”).
En realidad, el patinazo cultural del susanismo pone de relieve el extraño triunfo y derrota de la cultura en España. Por un lado, se ve que incluso sectores a los que la cultura importa entre poco y nada –a las pruebas me remito– se sienten en la necesidad de escribir que “la cultura nos hace más libres y más felices”, y de dedicar una sección entera de su programa a política cultural. Que la cultura sea objeto de postureo, en fin, ya demuestra un cierto reconocimiento social, aunque sea como muestra de estatus. Solo se puede bastardear y banalizar lo que se considera digno de mención.
También supone un extraño reconocimiento la amplitud que ha adquirido la palabra en sí. Si la sección de cultura del programa de Susana Díaz puede hacer mención tanto al IVA del cine como al “turismo de paisaje y de aventura” [sic], es porque hemos extendido el significado del término hasta incluir prácticamente cualquier actividad lúdica. Esto no ha sucedido porque sí: han sido precisamente aquellos sectores alejados de una concepción tradicional de lo que es la cultura los que han ido reclamando la legitimidad que les otorga este término. Todos hemos escuchado alguna versión de la frase “[x] también es cultura”. De nuevo, esto solo puede haber sucedido en un contexto que acepta que la cultura tiene alguna importancia, que otorga una respetabilidad adicional.
La derrota, por supuesto, concierne a lo amorfo que sigue resultando este reconocimiento; que el estatus de la cultura no se corresponda con un contenido más perfilado. De ahí que la respuesta adecuada a episodios como el de esta semana quizá no sea tanto el rasgarse las vestiduras como la apertura de debates que aporten algo de nitidez a este oscuro objeto de deseo.