En Las Ventas el sol siempre se pone para volver a salir más brillante y más fuerte. Después de una corrida horrorosa, ayer la plaza se volvió a llenar de esplendor para recibir a Juan Bautista, Alejandro Talavante, el bienamado de este San Isidro, y Roca Rey. Sólo un toro cojo en toda la tarde. ¡Tres hurras por la ganadería de Núñez del Cuvillo! Los cabestros al fin en huelga como estibadores, una cogida dramática (a Talavante) pero con final feliz, y la segunda oreja de la feria (que no de la tarde, ay), para el Magno de Badajoz. Ea, ea, ea.
Igual que las moscas acuden raudas a la rica miel, lo mismo un buen ramillete de caras conocidas, interesantes o incluso todo a la vez diéronse cita en tendidos y burladeros. Estaban Mario Vargas Llosa, Calamaro, otra vez Cristina Cifuentes, agotada pero triunfante. Y presumiendo ella, que es tan del Real Madrid, de haberse dejado retratar por primera vez en su vida con una camiseta atlética. ¿Quién va a poder con una mujer así?
Al burladero nuestro que suele ser el 3, al rincón donde anidan estos Cuentos, se vino Cayetano Martínez de Irujo, obviamente el hijo de la duquesa de Alba más querido por el pueblo. Llegar a cualquier parte del coso con él era tan agotador como con Fernando Sánchez Dragó. Como encima poseen ambos cabezas grandes y largas y una especie de dicharacho equino reconocible a la legua, como de camaleónicos no tienen absolutamente nada y no saben lo que son las gorras de béisbol, las gafas de sol o las máscaras de Anonymous, pues hala, a hacerse fotos con todo bicho viviente. O a decir que no te las quieres hacer, lo que casi acaba llevando más tiempo.
Yo barrunto que a Cayetano la gente le quiere más desde que sale con su joven novia, Barbara Mirjan, que le acompañaba ayer más enamorada que convencida de esto de ir a los toros. Otra que no tenía ni idea pero que dulcemente se dejaba llevar. Para motivarla le presté mis prismáticos de la ópera (mis elegantes impertinentes, Luis Alberto de Cuenca dixit), que ella manejó con innata soltura, elegancia y educación. Lo más asombroso fue que Cayetano no necesitó ni olerlos –los impertinentes- para apercibirse de cuán profusamente sangraba la rodilla de Talavante después de la cogida tras la cual siguió dando pases como un jabato. “Mira cómo le baja la sangre por la media, mira”, me decía. Y yo preguntándome si es que la aristocracia nace con un Ojo de Halcón en el cogote.
Esto me recuerda que alguien propuso no hace tanto instalar a media altura de la plaza alguna pantalla gigante como las del Madison Square Garden, con un aforo por cierto bastante similar al de Las Ventas, para poder ver primeros planos y hasta moviolas sin necesidad de apearse de la corrida en marcha. ¿Sería mejor o quedaría raro? Que el cielo lo juzgue.
Hablando del cielo, no todos los días se va a los toros teniendo a Jesucristo al lado. Y es que si ayer a mi diestra en el burladero se sentaban Cayetano y Barbara, a mi siniestra tenía a Jim Caviezel, nada menos que el actor norteamericano protagonista de La pasión de Cristo, la bíblica superproducción de Mel Gibson. Caviezel resultó ser un hermoso gigante lacónico que sólo se comunicaba en inglés y mayormente con Pedro Palacios, el productor del documental que el mismo actor está protagonizando en Léon sobre el Cáliz de Doña Urraca, que de acuerdo con ciertas investigaciones podría elevarse ni más ni menos que a la altura de Santo Grial.
Bien es verdad que si hay que hacer caso a todo el mundo, aquí hay un Santo Grial en cada pueblo. Lo del Santo Grial a la española sería algo así como el café para todos. Pero, ¿qué más da dónde acaba la Historia y dónde empieza la ilusión, y sobre todo el cine? Que les pregunten a los ilusionados asistentes al casting de figurantes y extras para el rodaje de León si le van a hacer remilgos al pedigrí de la enjoyada copa que se guarda donde San Isidoro.
Con semejantes antecedentes, se comprende la emoción de Caviezel al pisar una plaza de toros por primera vez en su vida... treinta años después de leerse Fiesta, de Ernest Hemingway, y de quedar anonadado. Todo lo quería saber, todo lo preguntaba y todo se lo tragaba con la cámara de su teléfono, que manejaba él solito con un arte poco común. Se pasó la corrida sacando unas imágenes impresionantes que llamaron la atención por supuesto de servidora, que estaba al lado, pero también de los fotógrafos taurinos profesionales que por el Callejón pululaban. “Es que cuando haces cine te acostumbras a pensar en términos muy visuales”, casi se disculpó.
Incrédulo de hallarse donde se hallaba, empezó a compartir algunas de las fotos que hacía con el mismísimo Mel Gibson. Se las mandaba por correo electrónico y, atención, el otro respondía al toque. Cotilleé por encima de su hombro la respuesta de Gibson y esta fue: “No bullshit”, juego de palabras por un lado intraducible y por otro muy fácil de comprender. Bullshit literalmente significa heces de toro pero en la práctica se utiliza para designar gilipolleces, chorradas o incluso mentiras. Vamos, que estaban los dos de acuerdo en que lo de ayer no era para gilipollas. Lo de ayer era de verdad. De ir tan a misa como la pasión de Cristo. En latín, en hebreo y en arameo.