La cultura genera ansiedad. O díganme si no se les ha venido a la cabeza alguna vez una de estas frases:
1) No he leído lo suficiente.
2) Los demás parecen haber leído más que yo.
3) Compro libros y luego no los leo.
4) No voy lo suficiente al cine / teatro / museos / exposiciones / conciertos.
5) Este libro / película / cuadro es importante, y no lo estoy entendiendo.
6) Leo, pero luego me olvido de lo que he leído.
A pesar de la carga de agobio y vergüenza que arrastran, estas ansiedades son una buena señal. Su mera existencia demuestra una mentalidad que valora positivamente la cultura, y que nos anima a soltar el móvil y ponernos las pilas con ese libro que lleva semanas acumulando polvo en la mesilla. Pero también demuestran algunos errores de perspectiva sobre los que vale la pena reflexionar, sobre todo ahora que empezamos a preparar esos carnavales bajtinianos que son las listas de lecturas veraniegas.
Tomemos como ejemplo la ansiedad por olvidar los libros que hemos leído. Por un lado, es una tensión sumamente natural: nunca agrada constatar que la inmensa mayoría de lo que hacemos y pensamos se esfuma en el voraz éter del tiempo. Pero, por otro lado, es sospechoso que esta sensación se manifieste fundamentalmente con libros cuyo conocimiento indica un cierto estatus intelectual, ya porque formen parte del canon (Don Quijote, Crimen y castigo) o porque estén de moda (Chaves Nogales, Carrère).
La ansiedad por los libros olvidados suele evidenciar, así, una idea de la lectura como acumulación enciclopédica. Leer un libro sería como cargar un programa en Matrix: cierras el Ulises y murmuras "ya me sé las vanguardias". O sería una inversión en capital social que no ha rendido como debía: encima que uno dedica cuatro meses de su vida a La montaña mágica, lo mínimo sería quedarse con una cita ingeniosa que poder soltar en una cena.
Ante esta mentalidad habría que recordar dos cuestiones. La primera es que parte de una idea equivocada de los efectos de la lectura. Que uno no recuerde ni una sola frase pronunciada por el protagonista de un libro, ni si ese protagonista se llamaba Pedro o se llamaba Pablo, ni si el libro en cuestión era de Flaubert o de Balzac, no significa que no haya alterado de alguna forma nuestra manera de ver el mundo; que es de lo que va la cosa. Habría que tenerle un poco más de fe al aprendizaje subconsciente. Nadie recuerda el momento de la infancia en el que aprendió a tenerse en pie, ni dónde fue, ni qué llevaba puesto, y sin embargo es una enseñanza que ponemos en práctica todos los días.
La segunda cuestión es que la lectura, por encima de todo, es un ejercicio de disfrute del momento. El valor primordial de un libro es hacernos vivir, mientras lo leemos, unos instantes más intensos y especiales de los que nos aportaría ver fotos en Instagram o responder “jajajajajajaja” en el Whatsapp. Sí, la lectura es vehículo de conocimiento y por tanto tiene un efecto a largo plazo; pero su mayor activo es el efecto inmediato. Si dices de un libro "no recuerdo nada excepto que me gustó" no estás constatando un fracaso. Estás glosando una pequeña victoria.