Hay algo ridículo en esta insistencia en la corrupción como argumento casi único contra el independentismo en Cataluña. Es como si el Estado estuviera política, jurídica y moralmente inerme y su último recurso ya fuera asustar a los catalanes con el espantajo de la cleptocracia.
El gobierno de España dejó que el nacionalismo manipulara las emociones, los afectos y la historia y poco a poco el campo de batalla ideológico fue menguando hasta quedar reducido a lo puramente utilitarista. Como si lo grave fuera únicamente lo que le espera a los catalanes en una nación engendrada por semejantes padres fundadores y no la quiebra del principio de legalidad, la degeneración de la ciudadanía en muchedumbre, la legitimación del golpe de Estado como vía para la resolución de conflictos y la destrucción de la convivencia. En realidad, como en una inversión tenebrosa del viaje a Ítaca, en el viaje a la Cataluña independiente lo terrible no es el quimérico destino -no va a llegar- sino no este tortuoso camino de rebelión facciosa que estamos recorriendo.
Artur Mas no ha tratado de convencer jamás a los catalanes de que es legítimo llevarse una comisión del 3% por la concesión de cada obra pública. El clan de los Pujol no ha dedicado un solo minuto a ahormar un argumentario que dote de sentido democrático a su actividad delictiva. Ni un solo profesor de una sola escuela pública catalana pretenderá inocular en sus alumnos la idea de que existe algo liberador en el saqueo del Palau. Y sin embargo desde hace más de un lustro hay un gobierno en Cataluña que camina orgulloso hacia la clandestinidad y que invierte partidas millonarias en convencer a los catalanes de que la voladura de la soberanía nacional no solo es legal sino que es necesaria.
Ladrones los tenemos en todas las autonomías, oiga, lo que no abundan son los gobiernos que llaman a la secesión. Ese hecho diferencial de Cataluña creo que sí merecería alguna atención especial y a ser posible con ánimo aleccionador. Más que nada porque los españoles, y no olviden que no hay nada tan español como un nacionalista catalán, ya han demostrado hasta la saciedad lo que les importa votar a un corrupto.
En España parece que está asumido que no hay nada peor que robar y por eso a la muerte de un Bolinaga confeso no se despierta la ira festiva que acompaña al suicidio de un Blesa sin sentencia firme. Y sin embargo la democracia, que ha ido sobreviviendo a varios saqueos, lo que no sería capaz de soportar es la voladura de los principios que la sustentan.
En ello estamos, el político teme más por sus comisiones que por sus sediciones.