Hace sólo una semana advertí aquí, aquí mismo, de que en Cataluña está incubándose un huevo de odio que el desdichado atentado en las Ramblas amenaza con romper incluso antes de tiempo. Antes de que los políticos puedan desdecirse de muchas de sus barbaridades, reinventarse todo lo que se tienen que reinventar de aquí al 1-O. Y de que los pobres Mossos d’Esquadra puedan salir del puente de cuerda colgante como el de las películas de Indiana Jones en el que, insisto, se balancean expuestos a caerse de culo a todos los abismos, el mayor Trapero el primero. Antes lo digo y antes sale a la luz el “no exagere, señoría” a la jueza que sospechó de tanto butano junto en Alcanar. Antes lo escribo y antes nos rompen la ciudad y el alma con esa manifestación donde lo de menos eran las víctimas y lo de más, machacar al Otro. A cualquier Otro.
Ahora que no nos oye nadie: en todas las investigaciones antiterroristas hay fallos. Incluso entre las policías más bragadas y expertas del mundo. No te digo entre las debutantes en el tema. Yo también creo que los Mossos deberían estar en el CITCO y en Europol. Asimismo creo que eso no se consigue tratando de hacer la guerra por tu cuenta con policías de otros países. En fin, a lo que iba: cuando ante una salvajada terrorista predomina la unidad, hay que repartir los méritos con otra gente, cierto. Pero entonces también se pueden repartir las responsabilidades y los errores. Es la manera más inteligente de evitar que te metan el dedo en el ojo, y, albricias, ¡hasta de lograr detener entre TODOS a algún terrorista antes del atentado, no después! ¿No sería fantástico?
Cené el pasado domingo con una persona buena, inteligente y sabia, que sin comerlo ni beberlo (o mejor dicho, en habiendo comido y bebido…) sin pensárselo dos veces me soltó: “El amor no se delega”. Hablaba de lo más íntimo pero también de lo más colectivo. De la necesidad de estar presente en los corazones y en las calles. De no irse de donde y cuando la felicidad, la dignidad y la vida, día a día se pelean. Los del Daesh pueden mandar sus comunicados muertos de risa desde el quinto pino. El odio puede delegarse desde muy lejos. Pueden hacerse franquicias de odio remotísimo… Con el amor, ay, no. El amor es inmediato o no es. Raudales de amor aquí y ahora necesitamos para limpiar las Ramblas y Barcelona y todo de algo todavía más triste y más sucio que la sangre. Hay que baldear a fondo el miedo no a los terroristas, sino a nosotros mismos. Hay que deshacerse de nuestro peor nosotros. De nuestra peor estampa. Y abrir los brazos a la mejor. ¡Ya!