Esta columna vivirá hasta poco antes de que den las diez. Sí, como la canción de Serrat; el nuevo traidor a Cataluña y de sus colonias, que ya lo van cantando los voceros de TV3 señalando al hombre, al disidente.

A las diez se habrá resuelto o se habrá revuelto todo. A estas horas de cierre en que mando el Picalagratos, Madrid anda hastiada, y que un país y un continente aguarden la respiración a la espera de la pataleta de la comuna cupera, a las amenazas de dos agitadores con tiempo libre (Òmnium, ANC), es para hacérselo mirar.  España anda interrogativa, erizada de banderas, revitalizada ante el chantaje y a la espera de que se pronuncie un golpista vestido de limpio. Será lo que Dios quiera, claro, pero entretanto se nos ha quedado una tierra baldía, y quizá como país tengamos la última oportunidad para ser eso: España.

Desde septiembre acá no han servido las diplomacias ni los ruegos; muchos se pusieron de perfil hasta que le tocaron las lentejas y se mutaron a blanco en las camisetas. Sobre esta tierra quemada de la CUP y el triunvirato.cat a su merced, España ha perdido el oremus. Puigdemont ya está en los libros para nuesta vergüenza. Puigdemont nació gerundense y murió gallego, presumiblemente en el balcón del Palau o en la hoguera de Arran. Telesoraya montó set televisivo y les continuó el show. Volverán las tramoyas del Majestic, y a Trapero le quedará paguita y hasta pasarela. Fijo.

Quizá los lánguidos (el Estafermo tibio, Puigdemont mártir) se reconozcan en el teatrillo y se sepan sus tiempos para dejar la cosa en empate y que el tiempo les prescriba. La Constitución la abrirán, sí, pero Rajoy se ha visto en cosas peores y capaz es de reformar la Consti, aumentarle los caprichos a la Generalitat, repetir mandato y condecorar a un mosso sedicioso.

A Rajoy, España entera le pide patriotismo, 155 del de verdad, y Rajoy aguanta escondido y ningunea a Rivera, según quedó claro en el mentidero del besamanos. La catarsis del 8 de octubre no fue más que el canto de cisne; el llanto al sol de esa españolidad tranquila -y hasta los cataplines- del cinturón con ladrillo visto de BCN. La que escucha a la Pantoja en la intimidad y reza para que no se entere la vecina, de ERC y natural de Cáceres.

Rajoy ha traducido a su gramática parda y pachorra el 155; la Constitución estirada, prostituida, y habrá aún quien lo siga manteniendo como estadista. Ha conseguido puentear a Albert Rivera en esa proverbial capacidad del presidente para adecuar el vacío y la nada, la desesperación de un país, a ese interés tan personal como simplón que lo mantiene. Rajoy quizá ni haya visto la dignidad de Arrimadas tras la República proclamada con paradiña. El día que tuvo que ponerse solemne, Rajoy acabó hablando de patatas. Se vio a Bárcenas torrado al sol. Los astros le sonrieron a Mariano, pues que la fortuna favorece a los pusilánimes.

Darán hoy las diez en Barcelona. 19 grados, lunes, humedad alta. Flores a Companys.