¿La Historia la escriben los vencedores? No siempre. A veces uno gana la guerra pero pierde el relato. Ejemplo: cuando EE.UU. acabó con Sadam Hussein, lo hizo alegando la existencia en Irak de unas armas de destrucción masiva que no aparecieron jamás. Resultado, un tirano casi asombrosamente sanguinario quedó como una especie de mártir para quien lo quiso ver así. Y el Pentágono como un nido de comadrejas embusteras. Cuando lo cierto es que los célebres neocon, que se habían limitado a trasladar a la derecha y a la realpolitik la ilimitada infalibilidad progre de su juventud, se quedaron con un palmo de napias de los que hacen época. Una cosa es que ellos pensaran que las armas de destrucción masiva eran lo de menos, que constituían la excusa ante la plebe, la calderilla ideológica de la invasión. Pero creer que existían… ¡a pies juntillas, vamos si lo creían! ¡Como estas!
Semejante metedura de pata se debió, simplificando lo justo, a tres factores: a) la antedicha arrogancia intelectual y por supuesto política de algunos b) la cualificación de los servicios de inteligencia norteamericanos, muy por debajo del nivel de chisme de una peluquería española media c) la terca negativa de Sadam Hussein a reconocer que no, que ya no tenía armas de esas. Atención al factor “c” porque es MUY importante. Estuvo en la mano de Sadam desbaratar la invasión de su país, una guerra entera, contestando sí o no a una pregunta muy sencilla. Simplemente admitiendo la verdad, que a esas famosas armas hacía mucho, muchísimo tiempo que en Irak no se les veía el pelo… Que la planta que las producía fue bombardeada en 1991 por casualidad (que ya es…) y desde entonces, pues jamás se supo.
¿Por qué no confesó Sadam que ya no disponía de esas armas cuando la comunidad internacional se lo preguntó? Porque hacerlo habría debilitado su régimen de terror internamente y de cara al inmediato vecindario. Muchos de allí mismito, del Golfo Pérsico, le tenían al dictador iraquí algo más que ganas. Y se las aguantaban sólo por miedo a llevarse puesto un ataque químico o bacteriológico, una Hiroshima de bolsillo.
Sadam Hussein prefirió dárselas de lobo feroz creyendo quizá en las promesas de Francia de poder parar la guerra en la ONU. Todo el mundo se pasó de listo. Y todo salió mal. Y pagaron bastantes más justos que pecadores. Es lo que ocurre cuando un gobernante de lo que sea comete un grave, gravísimo error de cálculo, o se tira un farol que no funciona, y no le da la gana reconocerlo, y hala, a sostenella y no enmendalla. Hasta el final de… ¿qué? Vamos a verlo.