(Leo este martes en un balcón de la calle Justiniano de Madrid el siguiente proverbio holandés: “No puede evitarse el viento, pero hay que saber construir molinos”.)
A Carles Puigdemont el viaje/fuga a Bruselas, con viento a babor, le está saliendo de maravilla mientras los molinos de grandes aspas pero escaso intelecto le dejan navegar sin control. Su primera jornada electoral, que así lo pareció su comparecencia, fue todo un éxito. Pocos eventos electorales del 21-D tendrán tanta difusión y atención -más de doscientos periodistas de todo el mundo- como la que ha tenido este martes la reaparición del pobre represaliado que tuvo que huir de España para salvar la vida y la hacienda.
Tuvo dos actos el vodevil. El primero fue una rueda de prensa multitudinaria desde la capital de Europa, donde vender la opresión sin precedentes del Estado español, recordar otra vez la violencia injustificada de las fuerzas represivas, informar a los cuatro vientos de que los tribunales de Justicia no son fiables en España y que sólo volverá cuando se le garantice un juicio justo, insistir en que sigue siendo el presidente de la República Catalana, retar a Rajoy aceptando las elecciones de diciembre pero advirtiendo que éstas serán plebiscitarias… Y todo ello en cuatro idiomas, con luz y taquígrafos.
El segundo acto tuvo lugar un poco después cuando el Centre d’Estudis de Opinió (CEO), dependiente de la Generalitat que ahora preside Soraya Sáenz de Santamaría, hacía públicos, con una rapidez nada sospechosa, el resultado de su estimación de voto en Cataluña en caso de que hubiera elecciones ahora. El Govern de la República Catalana en el exilio se cuidó muy mucho de que estos datos sirvieran de colofón al numerito del Centro de Prensa de Bruselas para que el efecto fuera doble.
El CIS catalán se incorporaba así de lleno a la campaña de Puigdemont y los independentistas en el exilio al señalar, poco después de que acabara de hablar el expresident al mundo entero, que una reedición del pacto entre Junts Pel Sí y la CUP obtendría entre 68 y 72 escaños, es decir, mayoría absolutísima otra vez; es decir, más de lo mismo.
Un viejo amigo periodista, ya desaparecido, solía decirme que estuviera muy atento a esos personajes que triunfan fracasando. No sé si Puigdemont va ganando, pero desde luego no creo que vaya perdiendo. Y si bien es cierto que fracasó estrepitosamente con su república bananera -que se lo digan si no a su compañero de partido y exconseller Santi Vila- también lo es que ha logrado, al menos momentáneamente, dar la vuelta al fiasco y venderse en los cinco continentes como adalid de las libertades en lucha permanente y sin cuartel contra el ogro que oprime a su pueblo.
Ha dado el primer paso para volver a España, para ser candidato a la Generalitat, para hacer campaña desde Soto del Real, para ser el mártir del procés. Y todo esto es lo que estaba buscando desde el susto del viernes por la noche, el martirologio completo. Él y los innumerables mártires del independentismo catalán que algún día llegarán a los libros de texto se han beneficiado de la pachorra del molino que teniendo las aspas a su disposición para beneficiarse de esos vientos ha preferido estarse quieto, no vaya a ser que el giro violento de éstas pueda provocar otro 1-O. ¡Horror!
(Leo estos días en mi móvil un texto que me llega de forma recurrente; está escrito sobre una foto de Groucho Marx, aunque desconozco si es el autor del mismo: “He aprendido a dejar de decir ¿se puede ser más gilipollas? porque muchos se lo toman como un reto”. Que cada cual lo entienda como quiera).