Mantuve en su día, hace tiempo, una estrecha relación personal con uno de los exconsellers ahora mismo recluidos en la prisión de Estremera. Le conocí muy lejos de tierras catalanas. En una ciudad machacada por el odio súbito que sólo embiste a aquellos que han vivido inmensamente juntos. Por aquel entonces la persona de la que hoy hablo se alineaba con posiciones de izquierda internacionalista y, sin renegar para nada de su tierra y de su gente -pues no había ninguna necesidad-, consideraba que la mejor patria es aquella donde caben todos porque sí, y tan a gusto. O eso decía en un momento en que lo que se llevaba, lo políticamente correcto y cool, era ser ciudadano del mundo. Faltaba todavía para que las mentes no sé si mejores, pero desde luego más ambiciosas de esta generación, descubrieran en el separatismo catalán una vibrante variante del trekking político. Y del alpinismo social.
En resumen, no todo es política y ya está. Hay mucho dolor personal entreverado en el pavoroso naufragio de esta historia. Yo por lo menos tengo la sensación de haber nadado contra corriente toda mi vida: cuando era catalanista (nunca independentista…) porque los progres se reían de mí. Cuando empecé a asustarme de lo que salía de debajo de las alfombras catalanistas, porque “eso no se puede decir sin hacer el juego a los fachas (sic)”. Poco a poco creo que voy entendiendo cómo y por qué empiezan las guerras. Cómo y por qué no acaban nunca.
¿Debería ir a Estremera a llevarle no tabaco, porque no recuerdo que este señor fumara, ni una lima, porque tampoco es eso, pero no sé… algo? ¿Serviría intentar un entendimiento personal allá donde es obvio que la política no alcanza?
En aquella vieja, querida y lejana ciudad machacada por el odio donde nos conocimos, yo escribí un reportaje sobre el horror de todos y cada uno. Se lo di a leer con toda mi ilusión. A él no le gustó: “Tratas igual a las víctimas y a los verdugos”, me afeó. “Porque mi reportaje no es sobre los militares ni sobre los políticos, es sobre los civiles inocentes que sufren en ambos bandos”… intenté protestar. Él cortó mis protestas con el aplomo que sólo dan determinadas ideas fijas: “Pues no, Anna, no puedes escribir así de la gente que está en el bando equivocado, por muy inocentes que sean y mucho que sufran, porque escribiendo así haces el juego a los…”. Ah. Perdón. No lo había pillado a la primera. Ni a la segunda. ¿Sabes qué? Creo que no quiero pillarlo tampoco a la tercera. No quiero pillarlo nunca.