En una entrevista publicada el domingo, decía Albert Rivera “hemos cometido un grave error durante demasiados años: pensar en no hacer cosas para que no se enfaden los políticos separatistas”. Tiene razón: la política de apaciguamiento con los nacionalistas ha sido la piedra de toque de sucesivos gobiernos, que hablaban de desinflar el suflé como si pasar la mano por la espalda de los que querían levantar fronteras pudiese bastar para hacerles cambiar de opinión.
Una de las estrategias preferidas para no molestar al separatismo es ignorar cualquier transgresión de lo correcto hablando de normalidad: juguemos a negar la evidencia y aseguremos que todo es normal. Pero en Cataluña pasan muchas cosas que no son normales. No es normal que en los colegios cuelguen esteladas. No es normal que a los niños se les cuente que la Policía va por ahí pegando a todo el que se encuentra. No es normal que la Guardia Civil tenga que dejar un hotel para que sus dueños no tengan problemas con alguna gente del pueblo. No es normal que unos jóvenes sean insultados a diario por los pasillos de la Universidad sin que el rectorado intervenga para protegerlos.
No es normal que unos padres utilicen a sus bebés para cortar una carretera, y menos aún que lo hagan sentándolos en el suelo helado a primera hora de la mañana del mes de noviembre; no es normal que doscientos niñatos puedan crear el caos en la estación de AVE de la segunda ciudad de España mientras quienes tienen que velar por la seguridad de todos miren la escena sin intervenir; no es normal que se monte una barricada en una vía mientras unos mossos de escuadra observan la escena: no es normal que un crío enfermo que va a una sesión de radioterapia pase varias horas extra con un líquido radiactivo en las venas porque los piquetes han cortado una carretera, ni que una chiquilla que iba a ser operada de una lesión grave no pueda llegar al quirófano y le anulen la intervención, ni es normal que enfermos de cáncer se pasen cuatro horas en una ambulancia porque unos insolidarios han decidido que por allí no pasa nadie.
Después de la jornada de sabotaje del 8-O, el delegado del Gobierno se felicitaba por lo bien que habían ido las cosas y el ministro del Interior salía por la tele diciendo que lo importante era no caer en la provocación. No, ministro: lo importante, ahora y siempre, es que usted se asegure de garantizar los derechos de los ciudadanos. Escuchar a un ministro felicitándose por haberse cruzado de brazos mientras otros sembraban el caos me recordó que nada es normal. Pero no se puede decir, no sea que se enfaden.