De todo ese cuento de terror de los pasados sanfermines, de la historia espeluznante de la Manada y la presunta violación grupal cometida en el fragor del desmadre, la única cosa que puede tranquilizarnos es el mutismo total que se ha podido guardar sobre la víctima, que lleva más de un año protegida por el bálsamo consolador del anonimato.
De aquella chica sabemos lo imprescindible: que es muy joven y que vive en Madrid, como otro medio millón de muchachas. Por eso la chica puede intentar seguir con su vida tras una experiencia terrible: porque no sabemos quién es. Pero, como si el destino se hubiese empeñado en añadir drama al drama, parecen haber empezado a circular por las redes las imágenes con las que los desalmados de la Manada rubricaron la hazaña de aquella noche. La noche que partió por la mitad la vida de una joven. Fotos y videos que, si se hacen virales, acabarán con lo único que tal vez le queda: el secreto sobre su identidad que hasta ahora se había mantenido.
A pesar del presumible trauma, a pesar de los malos sueños, de los recuerdos ingratos, esta chica puede pasear por la calle, viajar en metro, ir a la universidad, salir con sus amigos, bailar en una fiesta, llorar en el cine, asistir a un concierto con la paz de saberse incógnita. Si su imagen se difunde, si su rostro y su nombre se multiplican en grupos de whastapp, su vida se reducirá al marco de las pesadillas. Durante mucho tiempo no será una estudiante normal y corriente, sino la chica de los sanfermines, la chica de Pamplona, la chica de la Manada. A ver cómo sacas la cabeza del agua después de eso. A ver cómo vas de compras, cómo coges el autobús, cómo tomas apuntes en clase sabiendo que todo el que te observa te reconoce en un vídeo repugnante.
Todas las personas decentes se horrorizan con lo que pasó esa pobre chica en una noche de fiesta, y sin embargo muchas de esas personas abrirán el vídeo que les manda un colega irresponsable. No piensan en que, si su protagonista tiene alguna posibilidad de llevar una vida normal, será si consigue mantener su cara y su nombre lejos de la curiosidad malsana de la sociedad del espectáculo.
Sé que una columna periodística no es el mejor lugar para pedir algo, pero es el que tengo: si me estás leyendo, te pido, te suplico, que si alguien te manda el vídeo de aquella noche tengas la piedad de borrarlo sin verlo. Y que recuerdes que si no lo haces, serás cómplice de la destrucción irreversible de una joven. De una mujer. De una persona.