The best is yet to come, cantaba Frank Sinatra, una garganta tan profunda como sabia. ¿Les sorprende mi optimismo en un momento así? A ver: para bien o para mal, la cuestión catalana toca a su fin tal y como la hemos conocido en los tres últimos, insoportables lustros. Parece mentira pero el follón, lo que se dice el follón, arranca en 2003, cuando Artur Mas gana las elecciones a cara de perro, pero las gana, y una vez ganadas se va de vacaciones, convencido de que lo peor ya ha pasado –animalito…– y que ya sólo le falta pulir los detalles del pacto con ERC. A la vuelta se encuentra con que le dan en todo el morro con el tripartito PSC-ERC-IC.
En ese punto y no otro empieza una asombrosa carrera demencial por ver quién la tiene más larga. La sinrazón, se entiende. Lo que se entiende menos es por qué un PSC que al fin, 23 larguísimos añitos después de su primera e ignominiosa derrota frente al enano Pujol, logra hacerse con la Generalitat, no se limita a gobernar más o menos eficazmente y socialmente. Con eso habría bastado para… Pero qué va, les dio por ponerse a jugar al Tururut Estatut.
Parecía difícil superar en incapacidad a uno de los últimos consellers de Cultura convergentes, quien gozando de una ley de normalización lingüística aprobada con amplísima mayoría del Parlamento catalán en los años ochenta –cuando las secuelas y los complejos del franquismo todavía justificaban muchas cosas–, va y se pide una nueva, lo cual lógicamente hizo salir pegas y desacuerdos de debajo de las piedras. Y es que por mucho que se llenen la boca de las bondades de la inmersión lingüística, ellos saben que precisa un profuuuundo repaso, tanto o más que la financiación autonómica…
A lo que iba: que todos estos problemas que ahora tan de moda están llevan más, mucho más tiempo del que parece, despedazando almas. Hace por lo menos tres lustros, insisto, que una de las muchas Cataluñas posibles (pues no hay sólo dos, ¿saben?; tenemos un montón) se empeña en helar el corazón a todas las demás. Con tanto ímpetu que llegó a dar el pego de que era toda Cataluña la que estaba en este plan. Error. Nunca fueron todos nosotros. Ni siquiera la mitad. Ni siquiera son todos ellos mismos: flaco favor se hace a la legalidad y al sentido común cuando se sigue hablando de un “bloque independentista” como si de verdad estuvieran unidos en torno a un ideal o a algo. ¿Qué más tiene que pasar para que quede claro que si se juntan es sólo para sacarse los ojos y los hígados? ¿Qué clase de mayoría, y para qué, se aglutina así?
Es posible que vayamos de cabeza hacia un tobogán ingobernable, lo cual distaría de ser relajante o divertido. Pero tendría la virtud de poner la casa patas arriba y facilitar el manguerazo que hace tiempo venimos necesitando. La primera condición para limpiar una herida es saber dónde la tienes. Y decirlo. Avísenme cuando dejen de decir chorradas y de mentir y se pueda volver a empezar a hablar en serio. Hay tanto por hacer.