Los podemitas tuvieron en sus manos privar al separatismo golpista del control de la Mesa del Parlament dándole su presidencia a José María Espejo, excelente jurista y diputado de Cs, la primera fuerza de Cataluña. Dos eran los candidatos: por un lado un Torrent, de ERC, presente en aquel asedio a la Consejería de Economía donde fiscales y jueces pueden identificar un elemento crucial del delito de rebelión; por otro lado Espejo, que no dejó de advertir a sus compañeros de Mesa durante la pasada legislatura contra la ilegalidad de ciertas decisiones, ni de condenar sus abusos, ni de plantarse ante violaciones flagrantes del Reglamento, antesala de otras violaciones: la de la Constitución y la del Estatuto.
La aritmética era particular. Con cinco diputados prófugos, si los ocho votos podemitas hubieran ido al candidato constitucionalista, se habría dado un empate a 65 y la presidencia habría sido para el partido ganador. Pero Podemos, una organización que se pretende alternativa de gobierno y que incluso se proclama patriota los jueves, ha preferido: que controle la Mesa el tercer partido de Cataluña y que el vicepresidente primero, de directa obediencia puigdemoníaca, salga del segundo partido; impedir que Cataluña alcance la estabilidad institucional y la seguridad jurídica necesarias para detener la fuga masiva de empresas y, acaso, para soñar con que algún día regresen las principales, que tanto hicieron, por cierto, para alimentar a la bestia familiar que los echó. La saga/fuga de JP -sí, con pe-, o sea.
Podemos coge y enquista el esquema binario de Cataluña, trata la discordia con cizaña, está suscrito al “cuanto peor, mejor”, eterniza el viaje-coartada a ninguna parte de personajes estrafalarios y/o estafadores con mucho peligro. Por si no bastaba con el astuto que prometió Ítaca, que se sintió Ulises y que acabó rilándose entre una Escila de imputaciones y una Caribdis de embargos, ahora unos amotinados quieren gobernar Ítaca desde Eea. Ignoran lo que les espera tras el banquete de Circe.
Odiseas aparte, Podemos, con una decisión que merecía mayor atención mediática, apuesta por ahondar la crisis institucional de España y por que los lazos que todavía resistían en la sociedad catalana se rompan del todo. He oído a algún bromista a su pesar sirviéndole a Podemos desde Madrit esta circunstancia atenuante: “Bah, de todos modos no habría habido diferencia: también se abstuvo un constitucionalista misterioso”. Ya, querido bromista involuntario: solo que el cobarde resentido jugaba sobre seguro. ¿De qué si no?