Que ni siquiera los propios nacionalistas catalanes se toman en serio su república lo demuestra el entusiasmo con el que se han lanzado a celebrar la noticia de que una desconocida portavoz de 41 años, ministra regional de loterías, con la misma experiencia en el sector privado que Miquel Iceta y de la que no se conoce mayor logro político que "tomar apuntes, esquemas, dibujitos, con bolígrafos de diferentes colores" podría ser su futura presidenta. "Estudió en Harvard", dicen muchos tractorianos, deslumbrados por los neones de la gran ciudad. Sí, como The Unabomber.
Elsa Artadi fue la décima de la lista del partido que quedó en segundo lugar en las elecciones del pasado 21 de diciembre. Como en el Tour de Francia, cuando la lista de dopados obliga a descartar a los cuarenta y ocho primeros clasificados y se acaba llevando el trofeo un malayo de cuarenta y dos años cuya mayor hazaña fue subir el Col du Tourmalet sin vomitar el páncreas, Elsa Artadi podría ser presidenta por la simple razón de que todos los demás candidatos del nacionalismo se han fugado de la justicia, están en prisión o ingresarán en breve en ella.
Hace un par de meses, poco antes de las elecciones, EL ESPAÑOL me encargó un perfil de Marta Rovira. La de ERC sonaba en ese momento, como ahora suena Elsa Artadi, como futura presidenta de la Generalidad. Antes de arrancarme a escribir moví contactos en el mundillo nacionalista y acabé charlando off the record con tres o cuatro buenos conocedores de lo que se mueve en las catacumbas del independentismo. Todos ellos me la describieron como una mezcla de Margaret Thatcher, la teniente Ripley y Richard Feynman. Dos días después, su partido la azuzó contra Arrimadas en el programa de Jordi Évole y a la Rovira todavía andan intentando despertarla en una esquina del ring. Hasta yo sentí lástima por ella.
Hay algo, más bien mucho, de complejo de inferioridad intelectual provinciano en el fervor con que el independentismo se lanza a alabar los minúsculos logros intelectuales de todo aquel que suena como próximo cacique de la tribu. "Soy licenciada en filosofía", me dijo hace unas semanas una independentista con decenas de miles de seguidores tractorianos en Twitter y cero en la vida real. Si me hubiera atizado en la cara con un doctorado en astrofísica por el Instituto Tecnológico de Massachusetts, todavía. Pero ¿licenciada en filosofía? ¿Esa carrera cuyo título cotiza al mismo nivel que las etiquetas de Anís del Mono?
Ninguna persona mayor de 20 o 25 años debería presentarse a sí misma recitando su currículo académico. Eso sólo lo hacen los becarios que carecen de experiencia laboral y porque algo han de contestar los pobres cuando les preguntan cuáles son sus méritos en esta vida. El pasado sábado vi a Julia Otero, locutora radiofónica de amplia experiencia, rocosa audiencia y contrastado éxito, presentarse a sí misma en un programa de TV como licenciada en filología y etcétera, etcétera. Quizá era una manera de quitarse años. Pero, joder, Julia: periodista a secas. Periodista de toda la vida de Dios.
Así que… ¿licenciada en Harvard? ¿Todavía a los 41? Entendido: becaria eterna.