“Si buscas venganza, cava dos fosas”.
Cuando escuchas esa frase de un hombre aparentemente sereno, de apariencia burguesa y civilizada, sientes que se te hiela la sangre. Porque no está sentenciando un personaje patibulario, sino un hombre de voz suave y aspecto tranquilo. Es cierto que los gangsters peores, los que retratan Scorsese o Coppola, tampoco tiene pinta de malévolos. Llevan smoking, se afeitan bien, bailan en las bodas, escuchan ópera, y luego te susurran aquello de “no es nada personal”, y ya sabes a qué atenerte.
Esta semana, la actualidad política de Madrid parecía sacada de una película de mafiosos, y el viernes lo rubricó la frase de marras mientras el video de Cifuentes se repetía en bucle en programas de televisión y páginas web.Uno ve las imágenes y se pregunta qué demonios pasaba por la cabeza de quien las guardó celosamente durante siete largos años, qué extraño concepto de la previsión le hizo reservarse los fotogramas de la vergüenza.
Cuando se produjo el episodio de las cremas (tan increíble, tan chusco y tan absurdo que a uno le entran ganas de que su protagonista salga diciendo “esta no soy yo”), Cristina Cifuentes no era la mujer poderosa en la que se convertiría después, sino una política emergente.
Y, sin embargo, alguien se hizo con un vídeo comprometedor y esperó para sacarlo como el hombre del proverbio aguardaba sentado a la puerta de su casa el paso del cadáver del enemigo.
La historia del supermercado me repugna por todo lo que la rodea. También porque busca no la destrucción de un político, sino el aniquilamiento moral, el descrédito y el ridículo de una persona. Este episodio no es admisible ni tolerable. Y, sin embargo, ahí estuvo el video para todo el que quisiera verlo rotando en el prime time de los temas de la prensa del corazón. No hay embarazo de famosa o divorcio de estrellas de Hollywood capaz de competir con la noticia del robo de dos botes de crema, y eso lo sabía perfectamente el que, frotándose las manos, se dijo que había llegado el momento de soltar la traca final.
Y yo me espanto al comprobar de qué forma se mata en algunos sitios, y cómo las herramientas de destrucción personal se usan sin atisbo de piedad incluso si la onda expansiva hace temblar la casa común. Y ahora que la tumba de Cifuentes ya está cavada, uno se pregunta qué otras imágenes habrá pululando por ahí, guardadas en una caja o archivadas en uno de esos discos duros que hay que romper a martillazos.