El largo camino, la larga marcha a la Constitución. El consenso de los cigarrillos, la peluca de Carrillo. La patada en la puerta y otra puerta, la del Majestic, que no paraba de girar y de demandarle parné a un jornalero de Coria. Cada lunes, o cada día laborable y gris, había un muerto en cada rotonda del centro de Madrid. Y el nacionalismo dijo no a la salvación del consenso, y después la prensa más nuestra le sacaba las vergüenzas de la cal viva a los gerifaltes. Porque yo nací, respetadme, cuando la Constitución llevaba ya mucha ilusión y demasiados muertos por la paz y la palabra. Cedieron mucho los nuestros de entonces, y los padres del anticonstitucionalismo periférico iban ya llevándose 'la manteca' del sistema y perdonándonos, metafóricamente, la vida.
La cosa es que ha tenido que venir Valls, observador distante y cercano de la Constitución, a decirnos que, además de necesaria, la Constitución es moderna como un youtuber, y referente como un libelo de Savater. Valls es la Barcelona de siempre, y así ya ha pedido que él es o bloque constitucionalista en pleno o no será (dijo, literalmente, "plataforma abierta"). Y tiene razón, evidentemente; pues que en Barcelona viene el consistorio pasándose la 'Consti' 'forgiana' por el forro. Sabemos que por la franja entre Tractoria y Tabarnia hay borrokos mediterráneos que amenazan a Tomás Guasch y profesores que le hacen bullying desde arriba al niño de un 'picoleto': cuentan que es el de matemáticas, así que piensen ustedes.
Lo cierto es que en Valls se ha visto esa mirada clara, certera, europea y patriota de quien no entiende que la próspera Cataluña se rebaje a la limpieza de sangre. Y Valls lo ha dicho: si la cosa encarta, encabezaría un bloque constitucionalista para las municipales de Barcelona. Y si cristaliza la idea de Rivera con el matiz aglutinador del francés, habría que darle a Valls la Laureada de San Fernando, una avenida en Fuenlabrada, y muchos Manels en la partida de nacimiento de los niños que vengan a este mundo. A Valls le esperan los cuchillos amigos del icetismo, las sobradas 'mediolepenistas' de los albioles minoritarios. Y esperen que Colau, meliflua, saque a sus concejales peronistas y del cono Sur a decirle a Valls, a nuestro Valls, que encarna una Europa que no quieren en ese Ayuntamiento/corrala.
Valls ha venido, en la hora en que esto escribo, a trazar de una vez por todas la línea entre la democracia y el golpismo blanqueado de Colau: entre la Constitución o el caos disfrazado de 155 de recuelo. La Historia es, ya, o Europa o el balcón para un lazo amarillo llorón, golpista y sinvergüenza.
Valls sabe que España es un triste realidad municipal que quizá tenga arreglo si se pasa la mopa sobre el catetismo de Colau y su sonrisa sardónica. Valls sabe que si no da el paso, Barcelona se disuelve. Valls sabe hablar y nosotros sabemos que todo lo demás es, ya, filfa discursiva. Acaso porque nos conocemos a nuestros clásicos.