Hay muchas noticias inquietantes en la prensa española, pero algunas pasan desapercibidas porque -digamos- se pierden en la maraña de imbecilidad. Esta que me llama la atención no va a ser menos. Me llega bautizada como “subasta de 2.800 objetos perdidos, entre ellos cómics antiguos, cañas de pescar o vajillas”. Resulta que el Ayuntamiento de Madrid va a desprenderse de todas esas piezas que llevan dos años durmiendo el sueño de los justos en el Almacén de la Villa y de la Oficina de Correos. Durante unos días se han expuesto para que curiosos e interesados vayan a verlas como si fuera el primer día de rebajas.
Veamos de qué se trata: hay un montón de raquetas, tacos de billar, televisores de bolsillo, espejos, figuras decorativas, juguetes o cuberterías. En la nota también se dice que hay mobiliario diverso. ¿Y cabezas?, pregunto. ¿No hay cabezas? Es un escalón más. Entre perder la vajilla y la cabeza no hay mucha diferencia. Llego a pensar, viendo el listado de olvidos, que muchos son a propósito. Que no me la den con queso. Es lo que tiene la ficción. Leo “vajilla olvidada” y se me va la cabeza.
“La boda empezó a agobiarle hasta tal extremo que salió de casa imaginando los doce platos distribuidos en una cena familiar como doce pasos del viacrucis. Faltaban cinco días para contraer matrimonio y esa vajilla ordenada acabó colocando también las piezas de su cabeza. Razón y emoción fueron disponiéndose en una celebración de libertad. No. No se casaría. No con él. Subió al taxi, recorrió la ciudad, rió por dentro. Abrió la ventanilla y en el momento en el que pagaba los doce cincuenta euros, miró por última vez la caja decorada con lazos que dormía entre el respaldo del conductor y sus pies y… sonrió satisfecha. Le dio las vueltas. Salió disparada a la calle. Iba más ligera. Pesaba menos. Flotaba. Cogió aire para expirar toda la ansiedad, se sentó en la primera terraza que vio y pidió una caña. Luego otra. Tres. Se emborrachó pensando en los platos olvidados y no paró de reír imaginando esas florecillas cursis que andaban recorriendo Madrid 'olvidadas' en un taxi. Había empezado su primavera”. Título: El peso de la vajilla de porcelana. Editorial: Olvidos.
El hombre que perdió los tacos de billar o La mujer que abandonó las raquetas me parecen títulos maravillosos. Olvidar no siempre es casualidad. Ni un accidente. Me da por fantasear, lo admito.
Debo reconocer que además, en cuanto en una novela alguien pierde algo, sobre todo si se sale de lo convencional, empiezo a sospechar que todas las descripciones, más o menos prolijas, que vengan después son para engordar la ficción. Si hay una caja, alguien necesitará su interior. Si hay un fardo de cartas, se complica la trama. Si es droga, una policiaca. Si olvida un anillo, romance truncado a la vista. En el cine es aún peor. Si la escena incluye un olvido del tipo anterior, arranca la trama con música de tensión incluida.
La única pérdida que me preocupa es la de tiempo. Y esa no la subastan en el Ayuntamiento de Madrid.