Algunos de mis amigos son creadores y se dedican a la poesía, o a la música, y a veces cenamos barato en casa y no nos vamos de bares porque las vacas vienen huesudas. Quizá son jóvenes, o sólo tontos, o más bien pobres, pero nunca han burlado a Hacienda. Son incapaces de coger ni el lápiz que no es suyo. Por eso me ha entristecido la columna de esta semana de la exministra Ángeles González-Sinde en El Periódico, donde dice que todo el sector cultural defrauda y que quienes criticamos ese hecho lideramos una caza de brujas. Me asusta esa impunidad, ese hábitat confortable de la trampa. Me rechina la mentira piadosa, la diminuta maquinación dulcificada.
Aunque a González-Sinde le sorprenda, no todo el mundo le busca las cosquillas a la Administración pública. Estaremos de acuerdo en que no parece tan obsceno zigzaguear al saliente Montoro como mangarle el bolso a una anciana lenta en la cola del mercado, pero en el fondo no es tan distinto. Hay quien cree que la moral tiene criterios estéticos: si matas a una cucaracha eres un héroe; si matas a una mariposa, eres un monstruo. Ese razonamiento, al final, lo utilizan para defenderse de sus pequeñas maldades los fulleros, los livianos y los que no han tocado un libro de filosofía ni por wifi. No creo que sea el caso de Sinde, que es cineasta y fue ministra y pelea en su discurso contra la precariedad de los artistas.
Conozco una buena forma de conseguir que la gente respete a un político de izquierdas -lo que ha sido Máxim Huerta durante una semana-, y es que pague sus impuestos religiosamente, respirando hondo y confiando en que irán a la grieta patria adecuada. Qué mal rollo, ¿no? La ejemplaridad cervantina. Sí, probablemente estoy pidiendo demasiado, como cantaba Juan Gabriel. Yo, que no me considero “jauría” ni “caverna”, solicito la misma limpieza en el caso del exministro de Cultura que la que exigí en su día, cuando aquella selva de másters falsos y cremas choriceadas. ¿Era para tanto? Para mí siempre lo es. Llámenme loca, llámenme pejiguera, pero un Gobierno que nace contra la corrupción no puede permitirse fisuras.
En este debate quizá cuento con una libertad que Sinde no posee, y es que yo no tengo -ni quiero- amigos en política, por eso vivo insonorizada de connivencias y peloteos, por eso campo a mi aire y no orbito en torno al poder: más bien me repele. Es tan sencillo -tan humano, casi- atrincherarse en esa burbuja... Leí por ahí algo que me hizo gracia: que las personas de derechas son capaces de anteponer la amistad a la ideología y las de izquierdas no. No sé si es cierto, pero es agudo. En cualquier caso, de ser exacto, la patita diestra de Sinde ha asomado sin pudores. El compadreo le ha pesado más que la conciencia social: la vida tiene estas cosas.
De los argumentos de la exministra me quedo con el más fútil: si todo el mundo defrauda, nadie defrauda. Si algo se hace mal muchas veces, comienza a estar bien. Qué fácil cuaja esa idea en este país del Lazarillo de Tormes. Qué empatía oscura genera. En su texto herido, Sinde lamenta “que haya triunfado lo que el Partido Popular se propuso desde el “No a la guerra”: propagar la idea entre la ciudadanía de que los artistas somos unos delincuentes que vivimos del cuento”. El PP se curró ese imaginario con venenosa devoción, pero ella no se ha quedado atrás al asegurarle a España que la mayor parte de los trabajadores culturales han hecho lo mismo que su colega Máxim. La exministra, sin quererlo, ha subrayado ese estigma -falso, perverso-, y Huerta la ha ayudado al repetir que esa infracción “era lo común en la profesión”. No se nota que amen tanto la cultura. El amor requiere siempre de respeto. Y de protección. No vale escupir, salvar el propio trasero y después patalear por el Estatuto del Artista.
Yo quiero que los creadores ibéricos -tan prolíficos, tan brillantes- se sientan amparados para que nos ensanchen el intelecto, pero no acepto la excusa de que no lo hayan estado para que puedan entregarse legítimamente a los trapicheítos. La política y la cultura no van, para mí, del país opaco que es; sino del país luminoso que quiero que sea. Es por esa intención tan férrea y convencida que la exministra tendrá que perdonar mi dureza. Sé, como ella recuerda, que no es una delincuente. Tampoco Huerta. Sin embargo, me acuerdo de los versos de Bertolt Brecht: “Desgraciadamente, nosotros, que queríamos preparar el camino para la amabilidad, no pudimos ser amables. Pero vosotros, cuando lleguen los tiempos en que el hombre sea amigo del hombre, pensad en nosotros con indulgencia”. Hasta entonces, por favor: dejen de insultar a mis amigos. Ellos nunca (me) han defraudado.