Ed Power no es un periodista excesivamente importante. Escribe de películas, videojuegos y otras chucherías de la cultura popular en los diarios Irish Independent y The Guardian. El pasado 6 de febrero, Power escribió una crítica tibia (3 estrellas de 5) sobre Black Panther, una pésima película de la factoría Marvel dirigida por un director negro, protagonizada por un superhéroe negro y con un casting casi totalmente negro. Y Troya ardió.
Ed Power fue el primer crítico anglosajón en publicar una reseña que no calificaba Black Panther de "obra maestra". En consecuencia, su texto quebró la unanimidad de críticas positivas en Rotten Tomatoes, una página web que recopila las reseñas que se publican sobre los últimos estrenos cinematográficos, y rebajó el antiguo 100% de aprobación a un mero 99%.
Power se convirtió entonces en objeto de un linchamiento en las redes que le convirtió en "el tío ese que ha escrito una crítica negativa de Black Panther". Es decir, en un racista.
Black Panther se explica rápido. La historia tiene lugar en Wakanda, una hipotética nación africana tecnológicamente vanguardista, pero gobernada por una monarquía hereditaria que puede ser desafiada, tras la muerte del regente de turno, por cualquier líder tribal que tenga arrestos para ello. El combate entre ambos contendientes, a muerte, se celebra en una cascada y bajo la amenaza de la guardia pretoriana de los luchadores, que forman un círculo con sus lanzas y lo reducen poco a poco con gritos guturales de "UHUHUH". Por si acaso a alguno de los gladiadores se le pasa por la cabeza escapar del ritual antes de que le tronchen la columna vertebral con un pedrusco, obviamente.
En Wakanda tienen rascacielos iluminados con millones de leds, pero muchos de sus habitantes viven aún en chozas de barro, pastorean cabras y portan lanzas (eso sí, tecnológicamente vanguardistas: lanzan rayos). Wakanda no ha desarrollado su tecnología gracias al talento o el trabajo de sus habitantes, sino gracias a un misterioso meteorito que les cayó del cielo y que les proporcionó ingentes cantidades de un mineral milagroso llamado vibranium. Los wakandianos han ocultado durante miles de años la existencia del vibranium al resto del mundo. En consecuencia, han condenado a la miseria más absoluta al resto de los africanos. No así a Europa, Asia y los Estados Unidos, que continúan siglos por delante de África, aunque aún por detrás de los wakandianos.
Decir que el guion de Black Panther es pésimo sería valorar negativamente algo que no existe. Los CGI (200 millones de dólares de presupuesto) convierten a los personajes en monigotes de mantequilla. La física de sus movimientos entra de lleno en el terreno de eso que los expertos en robótica llaman el valle inquietante. La inmensa mayoría de sus ideas son plagios de otras películas (la figura de la hermana de Black Panther y su laboratorio de cachivaches electrónicos, por ejemplo, es una copia del laboratorio del Q de James Bond).
La estética de la película, y aquí entiendo que entramos en valoraciones más personales, rivaliza en buen gusto con la furgoneta de un hippie aficionado al aerógrafo: las flores son flúor, las puestas de sol son flúor y la energía del vibranium es flúor. Toda Wakanda está decorada con motivos tribales prehistóricos, prueba de que el vibranium ha permitido a los wakandianos un salto tecnológico de miles de años, pero no ha facilitado ese mismo salto en el terreno del arte y la cultura. En consecuencia, los wakandianos, sin mineral que les ayude, se han quedado culturalmente en el Paleolítico.
No sigo. Me cuesta entender cómo una película que de haber sido dirigida por un blanco habría sido calificada, sin duda alguna, como la más racista de la historia del cine, ha podido pasar por un hito para los defensores de las políticas de la identidad. Me extraña que la susceptibilidad posmoderna haya sido incapaz de profundizar en el mensaje supremacista de la película más allá de su fachada y que ese discurso haya sido comprado por un antirracismo que considera que el camino de la "liberación" de las minorías pasa por su anquilosamiento en unas costumbres tribales y primitivas (al respecto, Turistas del ideal de Ignacio Vidal-Folch).
Pero, sobre todo, me sorprende la firmeza de su tolerancia. Tan firme es, que les impide tolerar nada que no sea un 100% de críticas positivas para una de las peores películas –y esto es una valoración objetiva– de lo que llevamos de siglo. Le dejo a los psiquiatras y los sociólogos el análisis de la conexión entre las inseguridades personales y el absolutismo de las masas.