Desde 2011, la banda terrorista escenifica. Organiza funciones con comunicados, entregas de armas y mediadores para influir en los agentes políticos y en la opinión pública. Mejor eso que el tiro en la nuca, dirán. Claro está. Y mejor darle el reloj al caco que recibir una puñalada en el estómago. Mucho mejor, profunditos. Gracias a estas inteligentes reflexiones buscan y obtienen los matarifes en su vejez homenajes de pueblo y épica dudosa donde tocaría la ignominia. Si estamos debatiendo sobre la conveniencia de concederles privilegios penitenciarios —y, en primera instancia, su acercamiento a la casa del padre— es por la dificultad que parece existir para distinguir entre un favor y una amenaza
Acarician una posteridad honrosa valiéndose de una lógica perversa, de la pusilanimidad de unos y de la directa complicidad de otros. Con los segundos no hay nada que hacer. Si en los años de plomo el hoy magnate de los medios o el abogado editor colaboraron con los carniceros, no esperemos hoy milagros. Para los primeros tenemos datos. Están vigentes 80 órdenes de detención nacionales y 30 internacionales, así que el Estado sigue trabajando. Déjenle. ETA no ha culminado su entrega de armas porque ni siquiera sabe dónde están. Fue derrotada, sí, pero la propaganda —los relatos— puede deshacer el sentido de lo logrado.
¿Consentiremos que prevalezca una historia donde secuestradores, extorsionistas, matones, torturadores y asesinos aparezcan con buenas razones para hacer lo que hacían? Mientras nos respondemos, y dado que ningún precepto legal recoge el término “disolución”, nada ha alterado la obligación de la policía de perseguir etarras.
Hay 147 atentados, con 182 personas asesinadas, de cuya autoría ni siquiera existen indicios. Está en manos de los etarras colaborar en las investigaciones. Hacerlo o no hacerlo es una decisión que debe tener consecuencias. 70 activistas de ETA continúan sueltos por Europa, Sudamérica y África. Tres o cuatro de ellos pertenecieron a la estructura operativa. Así que ETA está moribunda, no muerta. En el Ministerio del Interior se sabe que una parte del material no localizado podría estar en manos de disidentes, etarras que quieren seguir matando. Los jueces, fiscales y policías no cejarán.
En cuanto al frente de la narrativa, ¿qué demonios nos pasa? ¡Casi todo estaría perdido de no ser por Fernando Aramburu! Conjurémonos para proceder a la segunda disolución de ETA: del terror no pueden derivarse beneficios, la voz de las víctimas será la que se imponga, sus historias serán las recordadas, sus nombres los honrados.