Un mantero le rajó el miércoles la vena femoral a un turista en el centro de Barcelona. El turista defendía a una mujer que estaba siendo amenazada por los ilegales. Según la Guardia Urbana, la mujer se había quejado de que los manteros, que como confirmará cualquiera que haya visitado Barcelona recientemente ocupan todo el espacio disponible en las aceras del centro de la ciudad, no dejaban pasar el carrito de su bebé.
La foto de la escena, que publicó el diario La Vanguardia, es espantosa y hace pensar que la víctima del mantero no se desangró por muy poco. Por el momento no hay detenidos y el rajador de femorales sigue libre por Barcelona. Probablemente haya vendido hoy un par de bolsos falsificados para el capo de la mafia que le explota.
Explica el historiador Stanley Payne en su libro En defensa de España. Desmontando mitos y leyendas negras cómo las izquierdas españolas, tanto las burguesas como las del Frente Popular, llevaron a cabo durante los meses previos al 18 de julio de 1936 un plan de huelgas salvajes, agresiones y asesinatos, incautaciones de propiedades, corrupción de las instituciones, politización de la justicia, censura, detenciones arbitrarias de líderes políticos de la oposición y asfixia de la economía destinados a provocar una reacción violenta de la derecha que condujera al país a una guerra civil. Guerra civil que ellos pensaban ganar en la creencia de que las derechas españolas se dejarían exterminar sin que el ejército, al que consideraban "un tigre de papel", pudiera hacer nada al respecto.
Las izquierdas pretendían imponer gracias a esa guerra, que preveían corta y sólo letal para las derechas, una dictadura del proletariado (el caballerismo y el POUM), una utopía libertaria (la CNT), una república "de tipo nuevo" (los comunistas) o una república de izquierdas que aplastara políticamente a la mitad de los españoles (Azaña y los prietistas). Los alfonsinos, por su lado, querían una monarquía autoritaria. Los falangistas, una "revolución nacionalsindicalista". Incluso los moderados de izquierdas y derechas pedían una dictadura constitucional republicana.
Tanto la izquierda como la derecha —con la excepción de la CEDA, lo más cercano a un partido leal al ordenamiento jurídico en aquel momento— consideraban esa guerra civil "una inevitabilidad histórica". También el PSOE. Incluso Casares Quiroga deseaba esa sublevación "porque estaba seguro de poder aplastarla". A la vista están los resultados.
La España de 2018 no es la de 1936 pero da la sensación de que una parte numéricamente no desdeñable de la izquierda española cree que si el "cuanto peor, mejor" no dio los resultados previstos en 1936 fue porque se aplicó mal. Ya saben: como el comunismo.
Como dice Stanley Payne, lo llamativo de la derecha española de 1936 no fue su beligerancia sino más bien su extraordinaria paciencia. En esas seguimos, visto lo visto. ¿En qué otro país europeo se permitiría con la alegría con la que se tolera en este que la alcaldesa de la segunda mayor ciudad del Estado multe a las floristerías por exponer media docena de macetas en la calle pero permita que los manteros ocupen las aceras por completo y canibalicen los comercios legales mientras agreden con total impunidad a policías, vecinos y turistas?
¿En qué otra ciudad europea se permitiría que sus máximas autoridades locales denigraran y trabajaran en contra de la primera industria de la ciudad, esa de la que viven cientos de miles de barceloneses?
¿El acoso diario, las pintadas amenazantes y los ataques a los turistas por parte de matones agrocarlistas agrupados en comandos de kale borroka de segunda regional?
¿La altanería, la mayor parte de las veces con formas chulescas, con la que se despacha a los organizadores de ferias y congresos de prestigio que pretenden instalarse en la ciudad o simplemente continuar trabajando en ella?
¿El desdén por las inversiones previstas por empresas u organismos públicos extranjeros y que generarían miles de puestos de trabajo en Barcelona?
¿El hostigamiento a los ciudadanos particulares que pretenden alquilar sus propiedades en plataformas como Airbnb o ganarse la vida honradamente gracias a aplicaciones como Cabify o Uber?
¿La tolerancia y el consiguiente incentivamiento de la okupación de propiedades ajenas y el asesoramiento legal a los violentos por parte de personajes relacionados muchas veces de forma directa con las autoridades de la ciudad?
¿La cesión del espacio público a las mafias de las falsificaciones y la paradójica tolerancia con el principal de sus negocios: la explotación de inmigrantes?
¿El corte y la ocupación impune de las principales calles y plazas de la ciudad por cualquier colectivo lo suficientemente gañán como para ponerle la bota en el cuello a los vecinos y tomarlos como rehenes de sus delirantes pretensiones?
¿El desprecio maleducado de las instituciones del Estado que nos representan a todos y la complicidad institucional y personal con los responsables de un golpe de Estado que ha estado a punto de provocar un gravísimo enfrentamiento entre ciudadanos?
¿La degeneración de la imagen internacional de una ciudad que vive en muy buena parte de esa imagen y que la ha llevado a ser señalada en los principales medios de comunicación europeos y americanos por su radical declive económico, social y cultural?
¿La legitimación política, en definitiva, de cualquier proyecto corrosivo no ya para la economía, la cultura y la proyección internacional de la ciudad, sino para la paz social, la convivencia y la democracia?
Me pregunto cuáles son los incentivos de los votantes de Ada Colau para querer al frente del Ayuntamiento de su ciudad a alguien del que es legítimo sospechar que odia su ciudad, a la inmensa mayoría de sus ciudadanos y a todo aquello que la puede hacer mejor, más abierta, más moderna, más bella y más libre. Cuyo modelo de ciudad es Mogadiscio, Caracas, Karachi o la invivible Buenos Aires del peronismo y no Melbourne, Nueva York, Amsterdam o Vancouver. Resulta paradójico que Colau se muestre tan receptiva con la inmigración ilegal africana "que huye de los infiernos vividos en sus países de origen" y al mismo tiempo pretenda reproducir tan fielmente como le sea posible esos infiernos en Barcelona.