Ya me ocurrió en la última Gala de los Goya, cuando a golpe de abanico solidario, actores y actrices reivindicaban una mayor presencia de la mujer en el cine y yo al final me preguntaba, perpleja, de quién dependía eso más que de ellos, justamente los que se sentaban en el patio de butacas o salían al escenario a presentar o a recoger sus premios, y a cuenta de qué, entonces, los espectadores nos teníamos que sentir aludidos, porque al fin y al cabo, si las mujeres en la industria del cine, están donde están, será porque los del cine, quieren que estén ahí.
Lo mismo Pedro Sánchez y su niña –todo esto, querida Irene, algún día será tuyo- ¿De quién depende que una mujer llegue a ser presidenta del Gobierno? Primero hace falta que la voten los españoles (y españolas), salvo que siga el camino de Sánchez, - en lo de la moción de censura, lo del plagio no es imprescindible –. Pero antes, deberá haber sido elegida o digitada por su partido para ser candidata a la presidencia. Ahí tenemos una excelente oportunidad para que el presidente cumpla sino las promesas de investidura, al menos las de Twitter: “Queremos que nuestras niñas puedan optar a puestos de dirección y poder”.
Me pregunto entonces qué impide a Sánchez hacer su sueño realidad dado que el PSOE está lleno de mujeres, que algunas, como Susana Díaz le disputaron la secretaría del partido –qué excelente oportunidad para que la niña Susana hubiese cumplido el sueño de Sánchez- y que incluso hay un buen número de ministras elegidas entre lo mejor de la formación.
Será que no estamos preparadas, que a pesar de nuestro esfuerzo, nuestros logros y nuestras renuncias, seguimos en el escalón de las sufragistas y necesitamos que un señor nos diga que quizás dentro de veinte o treinta años –los que necesitará la niña Irene para conseguir lo que Sánchez parece presumir como impensable- habrá una cartera de cuero que ponga, con letras muy gordas “presidenta”.
Y con la sensación de que todo lo que hemos hecho es inútil y que una mujer presidenta de Gobierno se le antoja al adalid de la igualdad, tan quimérico como un unicornio rosa, las generaciones de mujeres frustradas nos permitimos pedirle al presidente Sánchez, que mientras entretenemos la espera trabajando, esforzándonos y formándonos, no convierta nuestras cuentas corrientes en rehenes de su pacto con Podemos; que aunque lo de la clase media pueda parecer un invento del franquismo, las mujeres (y los hombres) que nos movemos en esa clase, empezamos a sentirnos una especie en extinción; que a las autónomas (y autónomos) no se nos puede exprimir más y que las que creamos riqueza estamos hartas de ser las sospechosas habituales, aunque ni uno solo de los que quieren pagar su fiesta a nuestra costa, haya levantado en su vida más empresa que la de su casa.
Y sí, hay que ayudar a la niña Irene y a todas las niñas (y niños) de España, pero el mejor favor que este y cualquier gobierno puede hacerles, es dejar de cargarles con una deuda que los presupuestos creativos de Sánchez y Podemos, no harán más que incrementar. Y eso sí que no es justo.
Los leones de las Cortes son en realidad, un león y una leona, y aunque por tradición se les llame Daoiz y Velarde, uno de ellos representa a la heroína griega Atalanta y por eso, aunque luzca melena no tiene testículos.
Le pasa como a nosotras. Basta que se nos mire, sin una etiqueta de por medio, para saber que no necesitamos una leona azul de pega en el Congreso, para ser presidentas (si queremos). Porque la leona, aunque con melena, siempre ha estado ahí.