Me enseñaron que es de mala educación presentarte sin un obsequio cuando te invitan a una casa. Cuánto más si te invitan a un país y tú eres el mandatario de otro: una metopa, un coche, un cuadro, joyas, un caballo, tres mil vírgenes, un palanquín de seda y oro, cualquier cosa para agradecer la hospitalidad que te brindan.
Un paseo por la Habana vieja –fachadas de colores, molduras de yeso, balcones cerrados-, americana al hombro, plan de parejas con Miguel y Lis, los anfitriones. Atrás la comitiva, y los curiosos ¿Un regalo a la altura de esas veinticuatro horas caribeñas? Una silla. Pero no una silla cualquiera -de Ikea o de diseño, pongamos de Gehry, por ejemplo-, no, una silla única, tallada toscamente en madera de palma cubana que llegó a Mallorca como botín de guerra: la silla de Antonio Maceo, uno de los líderes de la independencia cubana.
Emoción en la entrega -cesión temporal por dos años, déjenme que desconfíe, se trata de Sánchez- y la realidad de estar prestando/regalando algo que no es tuyo.
Una llamada a la presidenta del Gobierno de las Islas Baleares -de su partido- y de ésta, al alcalde de Palma -en gobierno y código compartido con el PSOE- y la silla llega a Madrid. Tú mandas, yo obedezco. La cuestión, presidente, es que yo quede bien contigo y lo mismo tú con la dictadura castrista.
Algunos detalles: el Ayuntamiento de Palma autorizó el traslado de la Silla de Maceo cuando ésta ya estaba en Madrid. En cuanto al Ministerio de Cultura, firmó el permiso y la correspondiente póliza de seguros para proceder a dicho traslado, también cuando éste ya se estaba realizando. Tengo cierta experiencia en el tema y les aseguro, que cuando hablamos de piezas incluso de menor valor patrimonial que la silla en cuestión, un procedimiento así es del todo irregular, y quien lo permite, debería responder por ello.
Tampoco se contaba con la autorización de los herederos del general Weyler, hijo ilustre de Palma, cuyo legado -entre el que se cuenta la citada silla- fue cedido a su ciudad y actualmente se encuentra depositado en el Museo de San Carlos. Así que a las anomalías en el traslado, sumamos lo que puede ser considerado un acto de expolio del patrimonio de la ciudad de Palma y del legado Weyler.
Pero había prisa y no se iban a entretener en minucias legales o administrativas. La silla del revolucionario cubano debía ir en el avión presidencial, como regalo, carta de presentación, muestra de buena voluntad o lo que fuese, para que en la Habana se pudiesen conmemorar como toca los 173 años -una fecha muy poco redonda- del nacimiento de Antonio Maceo.
¿A cambio de qué? Pedro Sánchez, el adalid de las libertades y de la igualdad, el látigo de dictaduras extintas, no tenía en la agenda no ya pedir la liberación de uno solo de los presos políticos que hay en Cuba, ni interesarse por los más de 5.000 arrestos arbitrarios de opositores que se dieron en el pasado año, ni mucho menos entrevistarse con algún miembro de la disidencia y tampoco afear al régimen en la persona de Díaz-Canel el estado de los Derechos Humanos en Cuba. No lo tenía previsto y desde luego no lo hizo.
En una actuación que sólo puede calificarse de cómplice con el Régimen, elogió “el impulso reformista” -sea lo que sea- del nuevo/viejo mandatario cubano y su “sincera voluntad” de estrechar lazos con España. Y donde dice “lazos”, se refiere al relanzamiento de las inversiones en Cuba. Porque a eso iba él, la silla de Maceo, los 24 empresarios que le acompañaban en el avión oficial y los 200 que se inscribieron en el foro organizado por las Cámaras de Comercio de Cuba y España.
Pecunia non olet (el dinero no huele) dijo el emperador romano Vespasiano. Hoy toca agasajar al presidente de la muy democrática República Popular China, Xi Jinping. En el Museo Oriental de Valladolid hay una excelente colección de arte chino antiguo. A tiro de Falcon, un precioso jarrón Hu de la dinastía Ming, mucho más fácil de trasladar que la Silla de Maceo. Es una idea.