Tantas veces les han llamado "fascistas" y "extrema derecha" que la ministra Delgado tuvo que inventarse el "extrema-extrema-derecha" para tratar de despojar de legitimidad moral a cualquier opción política a la diestra del PSOE, por tibia que fuera. No cayeron en la cuenta de que cuando surgiera una derecha a la derecha del PP ya habrían agotado el léxico.
Por eso, la comparecencia de Pablo Iglesias decretando la "alerta antifascista" como si acabara de salir del refugio tras un bombardeo y su llamamiento a la movilización del país en plan Roosevelt declarando la guerra a Japón resultaron patéticos. A Errejón le ha faltado tiempo para abandonar esa trinchera de pacotilla.
Que los líderes y lideresas de opinión que nunca han movido una ceja cuando les llamaban "ultras", "fachas" y "franquistas", los mismos que reían a hurtadillas lo de "falangito" y "Albert Primo de Rivera", sí, los mismos, dediquen ahora todos sus esfuerzos a exigirles que se pronuncien acerca de si Vox es "extrema derecha" resulta maravilloso. ¡Pero si hasta el domingo la extrema derecha eran ellos! Por lo tanto, Abascal y compañía tendrán que ser "nazis", a la fuerza.
Por cipotudo que se ponga Tezanos, hay facturas que el CIS no va a poder saldar. Por ejemplo, la de Carmen Calvo alarmándose de que haya surgido "un partido cuyo ideario es anticonstitucional", cuando el Gobierno lleva meses acariciando el lomo de Torra y de Junqueras, fervorosos defensores de la Constitución ambos, como de todos es sabido.
En realidad, lo característico de Vox no es la gradación que alcanza en la escala de la derecha, sino su condición de partido nacionalista, o sea, de partido que supedita el individuo a la nación, y por tanto, el espejo en el que pueden reconocerse a poco que se miren ERC, Bildu, PdeCAT, PNV, Compromís... ¿Cómo habremos de llamarles a ellos?