Turning Points: Global Agenda 2019.

Turning Points: Global Agenda 2019. The New York Times

The New York Times 2019
EL MUNDO EN LA ENCRUCIJADA

La guerra fría entre Estados Unidos y China

Desde Brasil hasta Hungría, siguen llegando ecos del nacionalismo airado de Trump. Pero, mientras China se aprovecha de su arrogancia, los votantes estadounidenses responden.

24 diciembre, 2018 21:36

Punto de inflexión: Trump anuncia nuevos aranceles a los productos chinos.

Entre los vientos de cambio provocados por el narcisismo dominante del presidente Trump, está surgiendo un nuevo orden, aunque su forma todavía no es discernible. A veces parece que nos aceche una bestia de muchas cabezas, chillando con voces disonantes y prometiendo guerra. Pero, a la vez, podría ser que estuviéramos infravalorando las promesas del siglo XXI de la hiperconectividad.

El comportamiento ofensivo acelera el paso. Las ideas que le dieron un propósito a Estados Unidos en el mundo de la posguerra -desde la propagación de la libertad hasta un orden internacional basado en un conjunto de reglas- han sido abandonadas. Con la presidencia de Donald Trump es imposible recordar el viernes lo que nos pareció indignante el lunes. Hasta la podredumbre puede llegar a parecernos normal. La adaptación es parte de nuestra naturaleza humana. La "cultura" global está, cada vez más, siendo definida por unas élites ricas y sin valor -véase Rusia, Arabia Saudí, China y los Estados Unidos de Trump- mientras que aquellos que se ven excluidos de esta riqueza viran hacia el nacionalismo airado y xenófobo. Es Locamente millonarios (Crazy Rich Asians) contra Hillbilly, una elegía rural: Memorias de una familia y una cultura en crisis (Hillbilly Elegy).

La palabra de Estados Unidos ha perdido su valor, y fue precisamente de la palabra de Estados Unidos de lo que dependió la seguridad del mundo en las décadas que siguieron a 1945. En este vacío -donde Estados Unidos no tiene plan más allá de ganar sus batallas comerciales- China asciende, la impunidad se extiende, y los autócratas campan a sus anchas. La palabra "valores" ha pasado a parecernos pintoresca. China, una nación cada vez más represiva en la que la información es controlada, encabeza la lista mundial de graduados universitarios.

Nos encogemos de hombros ante lo que hace tiempo era impensable: miles de niños separados de sus padres en la frontera con México, declaraciones falsas o engañosas emitidas diariamente por el Despacho Oval, el "enemigo del pueblo" con el que el presidente atacó a la prensa (una frase de puro pedigrí totalitario), un vídeo manipulado por la Casa Blanca en un intento por desacreditar a un corresponsal de la CNN, que el presidente declare que los servicios de inteligencia estadounidenses son menos fiables que el presidente Vladimir Putin, que la Unión Europea sea descrita como "brutal" mientras el líder norcoreano Kim Jong-un pasa de ser una amenaza para la humanidad a tener "una gran personalidad".

El cobarde de pelo quebradizo les da la espalda a los estadounidenses muertos y desplegados por el mundo

Ah, y casi se me olvida la reciente cancelación de Trump de una visita al Cementerio Americano de Aisne-Marne en Francia en el 100 aniversario del final de la Primera Guerra Mundial porque llovía. Sabemos que Trump odia la lluvia porque afecta a su pelo. Qué importan los 2.250 americanos que están enterrados en ese cementerio y que dieron sus vidas por el país lejos de casa. También sabemos que en los dos años que lleva en el cargo, Trump nunca ha visitado a las tropas estadounidenses en Afganistán o en ninguna otra zona de combate. El cobarde de pelo quebradizo les da la espalda a los estadounidenses muertos y desplegados por el mundo.

Ese es el nacionalismo del "America First" de Trump: una fantasía delirante plagada de eslóganes desorientadores y degradación moral. El presidente chino Xi Jinping abre la puerta a la posibilidad de estar en el poder de por vida y Trump dice: "Quizá tengamos que probarlo algún día". Era una broma, más o menos. También una forma de hacerse a la idea del estado en que se encuentra el mundo. Pero no debemos subestimar a Trump. Su manipulación de la indignación estadounidense no tiene límites. Si los demócratas cometen el error de infravalorarle, es más que posible que Trump esté en la presidencia hasta 2024.

Las elecciones legislativas dieron a los demócratas una victoria importante en la Cámara de Representantes, con la obtención de al menos 37 escaños más. Ahora, el presidente está más limitado en sus decisiones. Sus ataques hacia los inmigrantes y su evidente desprecio por las mujeres le han pasado factura en suburbios y exurbios de todo el país. A la mayoría de estadounidenses decentes no les gusta la demagogia. Aun así, el camino hacia la reelección de Trump en 2020 sigue despejado. Los republicanos, ahora el Partido Trump, se han quedado con el Senado, ganando dos escaños más, y se mostraron fuertes en Florida, un estado fundamental en todas las elecciones presidenciales.

Una década después del colapso financiero de 2008, la animadversión hacia las élites que salieron indemnes del desastre y la indignación por la creciente desigualdad todavía alimentan una oleada de ultranacionalismo en todo el mundo. La elección de Jair Bolsonaro como presidente de Brasil no es más que el último ejemplo de la tendencia que llevó a Trump al poder.

Para Hungría, una sociedad que ansiaba la libertad de Londres y París cuando salió del imperio soviético, Occidente se ha convertido, bajo el mandato de Viktor Orbán, en el lugar donde la familia, la iglesia, la nación y las ideas tradicionales de matrimonio y género van a morir. Orbán ofrece un nuevo modelo de antiliberalismo para Europa. Su lucha con el presidente francés Emmanuel Macron por el dominio ideológico determinará la dirección de la Unión Europea, al margen de si el Reino Unido consuma o no la locura del Brexit en 2019.

Una forma de locura, la del Brexit, que sigue rindiendo. Igual que la elección de Trump, el voto para abandonar la Unión Europea fue el síntoma de un deseo de desestabilizar a cualquier precio. Un cuarto de siglo después de que su ascenso definitivo pareciese estar asegurado, la democracia liberal se muestra vulnerable. El libre comercio está siendo atacado, al igual que la migración y los derechos humanos (un concepto que a Trump le bastante cuesta entender).

Los salarios estancados de los trabajadores de clase obrera y de gran parte de la clase media, junto con el sentimiento de distanciamiento cultural que la periferia siente respecto de la metrópolis, contribuyen a una sociedad con fisuras. En Estados Unidos, ni siquiera la palabra honestidad tiene un significado en el que todos estén de acuerdo. Los demócratas creen que tiene que ver con la conformidad con los hechos. En el país de Trump, significa decir las cosas como son. Según este estándar, y para sus seguidores, Trump es el presidente más honesto de la historia.

Cuando no existe un léxico común y las redes sociales 'turboalimentan' la confrontación, la capacidad de las democracias occidentales para alcanzar los compromisos sobre los que se construye el progreso se debilita. En la vida, si uno puede conseguir el 70 por ciento de lo que quiere, lo más probable es que piense que va bien. Pero hoy en día ningún político estadounidense diría: "Sólo conseguí el 70 por ciento de lo que quería, pero voy a votar a favor de esta medida de todas formas en aras del progreso".

Trump le ha ido muy bien a Pekín

China, que bajo el mandato de Xi ha virado hacia la autocracia, no tiene esas preocupaciones. La nación fija unos planes, los ejecuta y avanza rápidamente. Ha sacado a 800 millones de personas de la pobreza en las últimas décadas. ¿Por qué debería dudar de sí misma? Pekín ya se ofrece al mundo como una alternativa explícita al modelo liberal democrático.

Trump le ha ido muy bien a Pekín. La parálisis de la política interior estadounidense, el debilitamiento de la autoridad moral estadounidense, el rechazo de Trump al Acuerdo Transpacífico y su retirada del Acuerdo del Clima de París han favorecido a China que, en la actualidad, es el líder mundial en energía renovable. Su avance es firme e implacable. En Europa, desde Grecia hasta Serbia, China está siguiendo su modelo africano: compra todo lo que puede para poder así controlar los recursos y la infraestructura.

Trump se ha enfrascado en la pelea sobre el comercio, y aunque es cierto que algunas de sus quejas son legítimas, su incapacidad a la hora de desarrollar una política geoestratégica coherente para enfrentarse a China hace que la lucha de los aranceles parezca un ejemplo más de su típica arrogancia. La extraña aceptación de Kim Jong-un también refuerza la posición de China. El presidente se muestra débil y hace concesiones mientras no recibe nada tangible a cambio. Hasta la idea una retirada de las tropas estadounidenses de la Península de Corea ha dejado de ser inimaginable. Sería algo muy del agrado de China además de un acto de peligrosísima necedad.

El expansionismo chino bajo el mandato de Xi y la imprevisibilidad de Corea del Norte hacen que Asia Oriental sufra algunas de las tensiones que padeció Europa durante la Guerra Fría. El enfrentamiento en el Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico entre Estados Unidos y China a raíz de las "prácticas comerciales injustas" fue tan serio que ni tan siquiera se emitió un comunicado, algo que no sucedía desde que empezaran las reuniones hace un cuarto de siglo. Aun así, creo que la búsqueda de China de estabilidad regional y global para el 2050 contendrá su enfrentamiento con Estados Unidos y evitará el choque militar.

Unos límites que se ven reforzados seguramente por la tecnología, a pesar de los usos que las sociedades autoritarias como China y Rusia han hecho de ella. Ya no estamos en el mundo de la primera mitad del siglo XX.

Trump y algunos otros nacionalistas hacen uso de los métodos propios del fascismo - los chivos expiatorios, la xenofobia, la mitificación nacionalista, la movilización de masas- pero las fuerzas que están a favor de las sociedades abiertas son mucho más fuertes de lo que eran hace un siglo. Se están erigiendo muros en todas partes, y China ha demostrado que internet se puede controlar, pero no es tan fácil contener la difusión de ideas y el idealismo. Ni tan siquiera un presidente americano tan terrible como el actual puede empujar al mundo hacia el precipicio. Aquí es donde reside la esperanza del siglo XXI, no en las naciones -que es lo que obsesiona a Trump- sino en la gente y las redes.

La vitalidad de la prensa estadounidense muestra algunos de los límites al poder de Trump. Sus ataques a las instituciones estadounidenses, incluido el Departamento de Justicia, y a los mejores medios de comunicación del país han estimulado una creciente concienciación sobre la necesidad de que haya un periodismo de investigación firme. Y eso no es gratis. Las suscripciones a periódicos digitales, incluido The New York Times, han aumentado. Esa es la buena noticia.

La mala noticia es que el "fake news" de Trump ha prendido. Y se escucha en todo el mundo. Se ataca a los periodistas con más impunidad porque Trump ha dado vía libre para con ellos y su profesión. El despreciable asesinato del columnista del Washington Post Jamal Khashoggi en el consulado saudí en Estambul es solo el ejemplo más notorio de esto.

A la búsqueda imparcial y rigurosa de la verdad se le acusa de "falsa" y la Casa Blanca difunde rumores o incluso mentiras descaradas como si fueran hechos. La desorientación se enquista. Esto es lo que busca Trump: la locura descontrolada.

EEUU puede recuperarse de cuatro años de Trump. Recuperarse de ocho sería más difícil

En respuesta a esto, el Partido Demócrata no debe perder la perspectiva. La forma de desalojar a Trump es ganando. Los republicanos ya no son el partido del mercado libre, del internacionalismo y de la actitud anti-rusa que fueron en el pasado; son el partido "America First" de Trump. Los demócratas también están en plena transición. ¿Debería el partido moverse hacia la izquierda, donde hay una energía significativa y donde se han ganado muchas victorias en el pasado? ¿O debería buscar una nueva manifestación de centro? Dudo que un Partido Demócrata de izquierdas pueda desbancar a Trump. Tampoco creo que un candidato de la costa, alejado del país de Trump, lo consiga. Los candidatos demócratas como Max Rose en Staten Island o Jason Crow en el Distrito 6 de Colorado han demostrado que un enfoque centrado en la salud y la educación (dos de las principales preocupaciones de los estadounidenses), combinado con el mensaje patriótico de dos hombres que saben lo que es el servicio activo en combate, puede ganar en los baluartes republicanos. La victoria de Kyrsten Sinema en la carrera por el Senado en Arizona también ilustra el atractivo que tiene una postura de centro. La mejor forma de vencer a Trump es ofrecer al centro de Estados Unidos resultados pragmáticos con determinación y entusiasmo, y combinarlos con un patriotismo optimista.

El presidente hará todo lo que pueda para ganar en 2020. La inmoralidad y la crueldad de Trump no tienen límites. La desvergüenza con la que fomentó el miedo en el período previo a las elecciones de mitad de mandato con la caravana de migrantes centroamericanos que se estaban acercando a la frontera de los Estados Unidos con México es un ejemplo de lo bajo que puede llegar a caer para movilizar apoyos.

Estados Unidos puede recuperarse de cuatro años de Trump. Recuperarse de ocho sería más difícil. Mantener la república será un trabajo a tiempo completo. También será decisivo para la humanidad mientras China universalice su propuesta de que la libertad es secundaria.

Roger Cohen es columnista de The New York Times. Se incorporó al diario en 1990 y ha sido corresponsal en diferentes países. © 2018. The New York Times and Roger Cohen.

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