Hasta a mí, acostumbrado a soportar hordas de supremacistas agropecuarios y de blogueritas de género revoloteando antorcha en mano a mi alrededor, me sorprendió la beligerancia con la que fue recibido entre un determinado sector del voxismo el artículo en el que Ciudadanos explica sus razones para el no a un acuerdo de programa con Vox. "Esto me suena de algo" pensé.
Pues claro que me suena. Esa identificación tan íntima con la causa que lleva a recibir como un ataque personal cualquier crítica no ya de los fines políticos del partido, sino de los medios para llegar a esos fines. Ese "ya se lo encontrarán" tan similar a ese ja s'ho faran que he oído tantas veces y con el que el separatismo suele amenazarnos a los catalanes desafectos ("esa chusma no puede vivir sin nosotros, ya volverán a implorar nuestra ayuda").
Pero, sobre todo, la resistencia a asomar la cabeza fuera de la burbuja de euforia prematura y ardor guerrero en la que parecen vivir algunos y echarle un vistazo al paisanaje general. Para adecuar tu táctica a ese paisanaje, digo, en vez de soñar con que las montañas se muevan para que el río pase por la puerta de tu casa. Sólo los novillos embisten de igual manera una pared de papel que una de ladrillos y conocer cuál es cuál ayuda a evitar muchos dolores de cabeza. ¿El objetivo es derribar la pared o hacerlo con el entrecejo?
El lunes recibí varias llamadas y hablé con varias personas a raíz de este artículo. Con una de esas personas, cercana al PP, coincidí en un punto en concreto. Si Cs quería marcar distancias con Vox para ocupar el centro político sin alienar a aquellos de sus votantes situados más a la derecha, y por lo tanto más susceptibles de dar el salto al partido de Santiago Abascal, mejor habría sido basar su rechazo en asuntos como el aborto, la religión o el matrimonio gay.
Y no ya porque eso habría sido perfectamente comprensible para la mayoría de los votantes de Vox, sino porque ese posicionamiento respecto a temas morales y religiosos le habría permitido a Cs llegar a los votantes del PSOE de forma mucho más rápida y directa que mediante ese rechazo del nacionalismo para el que Vox ya ha desarrollado anticuerpos ("no es nacionalismo, es patriotismo", "el nacionalista odia a las otras naciones, el patriota ama la suya") y que en el PSOE se manifiesta más como antisanchismo que como antinacionalismo en sí.
Por la tarde hablé con dos periodistas. Ninguno de ellos considera a Vox un peligro para la democracia, como parecen creer muchos que ni se inmutaron cuando el PSOE empezó a hacerse selfies y a negociar el reparto de España con etarras, golpistas y fanáticos de la pureza de sangre y el fuero en las celdas de sus prisiones. Con ellos coincidí en otro punto: llegará el momento en que Vox deba decidir entre el pragmatismo de los posibilistas y la pureza de los ortodoxos.
Vox nació como una escisión de los ortodoxos del PP contra los pragmáticos del partido, encabezados por ese sumidero de toda ideología llamado Mariano Rajoy, y es ley de vida que esos ortodoxos del PP huidos a Vox se acaben convirtiendo en los posibilistas de su partido contra sus propios ortodoxos de la pureza ideológica sin mácula.
"Ocurre en todos los partidos con vocación de movimiento", decía uno de los dos periodistas de los que hablo. Unidos Podemos, que es efectivamente un partido con vocación de movimiento, resolvió esa disputa de la peor manera posible y es ahora un guiñapo amorfo. ¿Recuerdan aquellos tiempos en los que la derecha se sentaba con un cubo de palomitas en las manos a ver cómo la izquierda cainita se suicidaba por las reyertas ideológicas internas entre los sacerdotes alucinados de tal o cual secta progre? El veneno que corre por las venas de la izquierda tiene un nombre y se llama "utopía". "Idealismo", si lo prefieren. La izquierda es una religión y esa es su principal fortaleza, pero también su talón de Aquiles.
Partamos de la base de que el éxito de Vox tiene una razón primaria y decenas de pequeñas razones secundarias prácticamente irrelevantes en comparación con la primera. Esa razón primaria se llama "Cataluña". Ese es (casi) todo el éxito de Vox. Las razones secundarias son las ya conocidas: hartazgo del PSOE, deseo de cambio tras 36 años de Junta socialista, leyes ideológicas como la de violencia de género, inmigración y poca cosa más. Caza, toros y aborto, sólo en un porcentaje anecdótico.
Vox no conseguirá jamás una mayoría absoluta. No es ningún agravio. Tampoco la conseguirán el PP, Cs o el PSOE. Mucho debería cambiar el panorama político español para que eso sucediera. De ahí se deduce que Vox no podrá aplicar jamás su programa de máximos, como tampoco lo harán PP, Cs o el PSOE. Y de ahí se deduce a su vez que, para poder aplicar las medidas menos extremas de su programa, Vox necesitará siempre de un PP y un Cs que ocupen espacios políticos ajenos al suyo.
Vox limita a su izquierda con el PP, un partido fuertemente lastrado por el recuerdo de Mariano Rajoy, y a su derecha con sus propios puristas y ortodoxos. Es una posición cómoda. Cs tiene a su derecha al PP, pero también a un Vox en auge, y a su izquierda a un PSOE que, a pesar de su transformación sanchista en partido populista de extrema izquierda capaz de negociar con el separatismo, sigue contando con el voto fiel de millones de españoles que jamás votarían a una formación "capaz de pactar con Vox". Aunque para ello deban comerse a Pedro Sánchez. Es una posición mucho más delicada que la de Vox. Hay más votos a ganar, sí. Pero también muchos más a perder. Hay que tener en cuenta que si Pedro Sánchez desaparece de la ecuación y el PSOE entroniza a un socialista constitucionalista en su lugar, toda la estrategia de Cs podría irse por el desagüe.
No hace falta ser un genio de la politología para entender que el rechazo de Cs a Vox no es tanto estrategia como táctica e incrementa las posibilidades de que el programa de Vox, al menos en los puntos coincidentes con el de PP y Cs, acabe siendo aplicado allí donde realmente importa y respecto a lo que verdaderamente importa. Es decir en el Congreso de los Diputados y respecto a Cataluña. Aquí el que está partiéndose la cara para conseguir una mayoría constitucionalista en el Congreso de los Diputados es Cs, no Vox.
¿Recuerdan cuándo empezó el declive de Podemos? Yo se lo recuerdo. Fue cuando Pablo Iglesias debió escoger entre apoyar el pacto programático de PSOE y Cs, es decir el poder de condicionar todos los pasos del futuro Gobierno de centro-izquierda, o sus fantasías maximalistas. Porque Iglesias soñaba, cojonudista él, con la presidencia del Gobierno tras un sorpaso al PSOE. Iglesias se creyó a sus asesores, se creyó las redes sociales y se creyó el propio ascenso meteórico de su partido sin tener en cuenta que la extrema izquierda tiene en España un techo natural. Así que optó, en contra del criterio de Íñigo Errejón, por el "no". Es decir por la irrelevancia. Ahora él, Monedero y Echenique son poco más que un meme de Twitter. ¡Hay tanto que aprender de su quijotesca torpeza! Por suerte, Santiago Abascal es mucho más inteligente que todos ellos juntos. Y por eso estoy seguro de que dentro de un año habrá una mayoría constitucional y liberal, es decir de derecha y centro-derecha, en el Congreso de los Diputados.