Al recibir el Globo de Oro por su papel en The wife, Glenn Close habló del derecho de las mujeres a realizarse. No nos limitemos a cumplir el papel de cuidadoras. Aplausos y viral al canto. Por necesario, el mensaje es triste. Cuántas, diluidas en un maremoto de obligaciones, no encuentran el tiempo necesario para existir. Muchas se conforman con migajas porque no creen estar a la altura de una vida propia. Una cena con amigos, una tarde en el cine, una ducha tranquila son lujos inalcanzables. Ya no hablemos de tener objetivos, proyectos, ilusiones más allá de la rueda de hámster.
La maternidad se puede convertir en un inframundo en el que a más sacrificio, más aplauso. Ay, lo que nos gusta el reconocimiento ajeno y lo que nos han jodido el cerebro las creencias heteropatriarcales sobre la entrega absoluta y las madres celestiales. Pulsan la pausa "unos años" con la esperanza de que alguna alarma las despertará de su letargo, sin saber que no son eternas.
Hubo un momento, muchos momentos, en los que quisieron tirar el despertador, las lavadoras y las sartenes por la ventana pero, como la rebelión se les antojaba imposible, optaron por anestesiarse. Total, para qué, si estoy cansadísima. Cansadas para pensar, para merecer, para improvisar. Inertes como piedras. Cansadas para pintarse los labios, para estrenar esos zapatos que en otro tiempo fueron todo un acontecimiento. Cansadas para incluir en la lista del supermercado un capricho para ellas. Cansadas para encontrar en la agenda un hueco y teñir las raíces que las martirizaban desde el espejo y que ahora les son indiferentes porque ellas mismas son la indiferencia. Cansadas para intentar comprender por qué un día dejaron de plantearse preguntas cuyas respuestas llevarían, ineludiblemente, a que todo se derrumbara. Cansadas para tener ganas de Nueva York, de baños desnudos en el mar, de copas de vino, de madrugadas.
Se convierten en continentes de un contenido ajeno que no deja espacio al propio. Llenan sus bocas con innumerables. "Es lo mejor para ellos" y olvidan la primera persona del singular por los siglos de los siglos. Los sueños, si alguna vez los tuvieron, se les han podrido dentro.
Tenemos que aguantar, ante nuestra participación en cualquier actividad lúdica para adultos, que nos pregunten: "¿Con quién has dejado a los niños?". "Y a ti qué te importa". Nadie se plantea tal interrogante cuando es el padre el que se va de fiesta. Ya sabemos con quién están, con la de siempre.
En su discurso, Glenn Close recuerda a su madre confesándole: "Nunca he logrado nada en la vida por mí misma". Quizás lo hizo, pero sus creencias limitadoras y el ego de otros le impidieron reconocer sus propios méritos. Algunas se creen apéndices del hombre. Están convencidas de que todo lo productivo sale, directa o indirectamente, del poseedor de la testosterona. La puta culpa, en cambio, toda ovárica, toda progesterona.
Las palabras de la madre de Glenn Close chocan de frente con ese discurso empalagoso que asegura que "no conocía la felicidad hasta que fui madre" o que "esto es lo mejor que me ha pasado en la vida". Para la madre de Close, ese paraíso, finalmente fue la nada. Su nada. La nada en la que tantas están sumergidas y ahogadas. Con mucha suerte y voluntad quizás un día miren hacia atrás y vean que su mochila está vacía, su historia se la llevaron otros. En el mejor de los casos, reaccionan. Nunca es tarde si la dicha es buena. Superada una barrera, superadas todas.
Algunas quizás les preguntemos hoy a nuestras madres si se sienten así de vacías. ¿Quién fuiste? ¿Fuiste? Que al menos estas reflexiones nos ayuden a crear una nueva realidad, una generación de mujeres en la que no seamos el único obstáculo entre nosotras y nuestra felicidad.
Estamos hechas de sueños, o deberíamos.