Que Cataluña no es una nación sin Estado sino una región con marketing lo confirmé el pasado 22 de noviembre, durante una cena en el restaurante Rilke de Barcelona con algunos refractarios al nacionalismo catalán como la eurodiputada Teresa Giménez Barbat, el periodista Arcadi Espada y el catedrático de psiquiatría Adolf Tobeña, probablemente el más capacitado de nosotros para hablar del asunto.
Y digo lo de la región con marketing porque en esa cena, por la que andaban también François Musseau, periodista del diario francés Libération, Paul Ingendaay, del diario alemán Frankfurter Allgemeine Zeitung, y Marlene Wind, a la que conocerán como la profesora danesa que ridiculizó a Carles Puigdemont cuando este se autoinvitó a la Universidad de Copenhague para vomitar sus fake news habituales sobre la genética puramente fascista de los españoles, quedó claro que la mística de esa supuesta Cataluña antifranquista que jamás existió tal y como la describe el nacionalismo continúa seduciendo a muchos europeos. Incluso a muchos europeos cultos.
Tanto Teresa Giménez Barbat, la organizadora de la cena, como Arcadi Espada como el resto de los presentes en el restaurante Rilke nos pasamos buena parte de la noche explicando la realidad del nacionalismo catalán, la verdadera, a unos europeos que parecían desconocer que ni Cataluña fue un bastión del antifranquismo, ni el catalán un pueblo históricamente oprimido por el Estado español, ni la catalana una sociedad sofisticada y pacífica, aunque levemente equivocada acerca de cómo resolver su encaje en España. Y eso que los tres se presentaban como furibundos antinacionalistas.
Explicándole a esos europeos, en fin, que nosotros también éramos catalanes y que todas esas delicias del diseño y la escenografía de masas y la gastronomía regional de las que con tanta admiración hablaban eran fruto, en el mejor de los casos, de la convivencia de dos lenguas y una miríada de identidades tan complejas e intrincadas que hablar de una cultura catalana diferenciada de la española era tan absurdo como pretender desalar el Mediterráneo con el argumento de que este siempre ha sido, en realidad, un río.
Viene todo esto a cuenta de que durante los últimos cinco años, mientras en España nos quejábamos de la molicie de Mariano Rajoy y de la inacción, rayana en la complicidad con el secesionismo, de Pedro Sánchez en Europa, la eurodiputada Teresa Giménez Barbat ha dado la batalla en el Parlamento Europeo, entre amenazas, boicots y periódicos linchamientos por parte de la prensa nacionalista, contra los nacionalismos catalán y vasco.
Contra los nacionalismos… y contra el sectarismo, la ignorancia y el fanatismo. Porque Teresa Giménez Barbat ha sido también la anfitriona en el Parlamento Europeo de científicos, historiadores y pensadores como Steven Pinker, Richard Dawkins, Elvira Roca, Michael Shermer, Anthony Grayling y Susan Pinker, entre muchos otros. Una labor discreta y tozuda cuyo objetivo no ha sido justificar su sueldo de eurodiputada remando a favor de corriente, sino presionar al Parlamento Europeo para la adopción de políticas basadas en los datos y la ciencia en vez de en los prejuicios ideológicos del partido político de turno.
¿Un ejemplo de lo anterior? El acto del pasado 4 de diciembre en el que Teresa Giménez Barbat presentó, en compañía de la experta española en neurociencia Marta Iglesias y los psicólogos Joaquim Soares y Nicola Graham-Kevan, los resultados de un estudio sobre el impacto de la violencia de pareja en hombres y niños.
Obvia decir que el acto, aprobado por el Parlamento Europeo, no subestimaba en lo más mínimo la violencia contra la mujer. Aun así, fue recibido por los mismos medios que hacen campaña contra la vacunación obligatoria o a favor de la derogación encubierta de la presunción de inocencia para los hombres con la misma beligerancia con la que se recibiría a quien negara el Holocausto. Uno de esos medios, mezclando churras con merinas, acusó a Teresa Giménez Barbat de "apoyar a Vox" cuando la eurodiputada se solidarizó con los militantes, votantes y políticos de ese partido amenazados de muerte por los seguidores de Pablo Iglesias.
La labor de Teresa Giménez Barbat debe interrumpirse ahora que llega a su fin el mandato de cinco años para el que fue escogida en 2014 como parte de la lista de UPyD, un partido prácticamente inexistente en la actualidad. Abandonada a su suerte tras la ruptura del partido a finales de 2014, Teresa Giménez Barbat se integró, junto a los también eurodiputados Carolina Punset y Javier Nart, en la delegación de Ciudadanos Europeos, próxima a Ciudadanos. Un movimiento lógico para quien formó parte, junto a Arcadi Espada, Félix de Azúa, Ana Nuño, Félix Ovejero, Francesc de Carreras y otros, del grupo de doce intelectuales que firmaron el manifiesto que dio pie al nacimiento del partido naranja.
Sería una pena que Teresa Giménez Barbat no pudiera seguir defendiendo la razón, la inteligencia y la democracia allí donde el PP y el PSOE han hecho tantas veces dejación de funciones y dejado el campo expedito a las mentiras del nacionalismo. Otros partidos tienen, como en la novela de Graham Greene, un hombre en Waterloo, en Caracas, en Lledoners o en Teherán. Los españoles liberales deberíamos seguir teniendo, al menos, una mujer en Bruselas.