Andaba el miércoles en el metro leyendo el último artículo de Manuel Jabois, ese en el que se dice que hay que mirar a los hijos para saber dónde va el mundo, cuando entró en el vagón una horda de quinceañeros con las feromonas a máxima potencia y sordos como una tapia a tenor del volumen al que mugían. "Hombre, los Siete Sabios de Grecia. Voy a poner la oreja, a ver si me empapo de su ciencia", pensé yo con la esperanza de entrever las corrientes culturales que van a darle la vuelta como un calcetín a la civilización occidental.
Y, bueno, qué quieren que les diga. Si algo me quedó claro es que si, como sostiene Nassim Nicholas Taleb, la sabiduría en los jóvenes es tan poco atractiva como la frivolidad en los ancianos, los adolescentes actuales son más bellos que la Victoria de Samotracia.
Sospecho que los que ensalzan a los jóvenes por sus valores no se han dado todavía cuenta de que su único mérito es haber perfeccionado un tipo de fascismo sociológico muy logrado. Por algo son ellos, junto con los funcionarios de la mamandurria, la principal clientela de las empresas productoras de políticas de la identidad.
"Yo soy activista", te dicen. No, hombre, no: tú eres un cliente premium. Aunque peores son los que los alaban por sus supuestas destrezas tecnológicas. Como si hubieran sido los adolescentes actuales los que han inventado Facebook, y Snapchat, y YouTube, y no Facebook, Snapchat y YouTube los que han inventado a los adolescentes actuales.
Siempre he sospechado que aquellos que halagan a los adolescentes lo hacen para quitarse de encima la responsabilidad por no haber logrado mejorarlos ni un ápice con respecto al adolescente que fueron ellos en su juventud. "Fijaos en ellos, todo lo que hacen es insólito, están alumbrando un mundo nuevo", dicen mientras decenas de millones de jóvenes en ciudades como Shenyang, Busan, Chenai y Surabaya se preparan para ocupar el poder en sus propios términos, tal y como lo hicimos nosotros al principio de un ciclo histórico, el de Occidente, que llega a su fin. Los síntomas están por doquier. A los Sánchez, Macron, May, Trudeau, Bolsonaro, Trump y Salvini sólo les falta la lira para que el paralelismo sea perfecto.
Si de algo pueden estar seguros es de que la ocupación del poder por parte de la nueva civilización dominante no se hará siguiendo las pautas de esas complejas tendencias socioculturales que muchos parecen intuir en nuestros jóvenes. Esos Garfields comodones y henchidos de autoimportancia, pero atiborrados de prejuicios, resentimientos e ignorancias, a los que se ha privado de las armas que les permitirían defenderse de los nuevos bárbaros. Es decir, de esos valores que ahora son calificados de tóxicos incluso en los anuncios de las cuchillas de afeitar.
No tiene nada de especial. Todas las civilizaciones conquistan el poder con guerreros, construyen un imperio con ingenieros, se mantienen en la cima con científicos, enferman por culpa de sus políticos, se rinden por boca de sus artistas y son ejecutadas cuando apenas quedan en ellas más que unos pocos millones de borregos. Jabois es un artista que habla en su artículo de la nueva generación. Ya saben cuál será esa: la que bala en una frecuencia supuestamente insondable para sus mayores.