Hay que ser un fanático, un mediopensionista con las mañanas libres, un hombre de pocos horizontes o un CDR con el GPS averiado.
Hablo de los que se van a pasar frío a la puerta del Supremo a buscar quizás un saludo de Torra y entender que detrás de las paredes del Supremo o de la furgona picoleta, la buena gente del golpismo le devuelva un gesto cariñoso, una V de victoria, un endavant a media voz.
Sería entrañable que en la mañana fría y madrileña, a Oriol Junqueras le llegara el cariño de los cuatro botarates sobre los que, a día de hoy, se sostiene la revolución de las sonrisas.
Y claro, en las cercanías del Supremo hay un entrecruce de las dos Españas. Un piterío a Torra, gritos a Torra, una ovación inversa que, conociendo al personaje, seguro que le provoca un calambre de felicidad de la entrepierna a la glándula pineal que conecta su alma con Puigdemont y de ahí con la nada o con el Edén.
Torrent ha cerrado el Parlament, que tampoco es que fuera un prodigio de eficacia y cercanía al ciudadano. Torra baja de un coche, con un aire entre bufonesco y ministerial, y ya tenemos el cuadro completo de para qué puede servir la España autonómica y un presidente. Torra en Madrid...
El juicio al golpe está aquí, con sus anécdotas, sus cáterings, sus referencias a un mandato divino y otras beaterías que vendrán por el lado de Junqueras.
De primeras, ya van llorando que se han vulnerado derechos fundamentales; y de ahí no se van a bajar; si acaso, conforme vayan sucediéndose los meses y se aproximen el fallo y la primavera, empezará ya el teatrillo lacrimógeno. Sería conveniente que todos estos berridos de los políticos presos para librarse del maco los oyéramos como quien oye llover. En 14 meses han saturado ya bastante, y quien más quien menos tiene ya un indepe en las meninges.
Las estampas que nos está dejando el juicio en su primer día debieran conformar un álbum sentimental e histórico del proceso más importante en el que la Democracia española se defiende a sí misma. Pero lo que va quedando en el telediario mañanero es una romería de peneuvistas sin oficio en solidaridad de microestados, de desocupados de todo pelaje, de podemitas desnortados y los muchachos de Vox, madrugadores y marciales.
En Bárbara de Braganza hiela cuando rompe el día, y ese frío barrunta pulmonías. Los hinchas ya se cansarán de un lado y otro. Llegará el día en que exclamemos aquello de "qué solos se quedan los presos'...
Porque el monotema acabará disolviéndose, como Sánchez y como el efecto del Orfidal en sangre.