“Money’s too tight to mention”. Valentine Brothers.
No hace falta reiterar la evidencia de la ralentización de la Eurozona y el deterioro acelerado de las principales economías, pero el BCE lo hizo el jueves. Cercenó sus propias expectativas de crecimiento para la Unión Europea de hace tres meses en más de un 50%.
Ante la clarísima ralentización, el único país de la OCDE que quiere aumentar de manera masiva los impuestos y el gasto corriente es el nuestro, España. Y con ello, muestra que las estimaciones revisadas a la baja pueden empeorar.
El primer error en la Eurozona es pensar que es un problema de liquidez. El Banco Central Europeo ha inyectado más de 2,8 billones de euros de estímulo monetario y tipos cero, y el resultado no puede ser más pobre. Porque esa enorme inyección de liquidez ha servido para disfrazar los enormes desequilibrios de Estados que se han negado a hacer las reformas estructurales necesarias. Los tipos bajos y la enorme liquidez han sido la excusa para abandonar una agenda reformista seria y fiarlo todo a unos ingresos fiscales que probablemente empiecen a desplomarse junto a la producción industrial y las decisiones de contratación.
Europa ha perdido una oportunidad única de aprovechar la recuperación para hacer su economía más dinámica, competitiva y sólida. España lanzó importantes reformas pero no solo las ha abandonado sino que el Gobierno piensa que todos los ajustes deben hacerse vía mayor expolio a familias y empresas. Con ello, planta las raíces de la próxima –y más severa– crisis.
Los Estados europeos, que se han beneficiado desproporcionadamente de tipos completamente desconectados de la realidad de riesgo y que ya se han gastado todo el ahorro de sus intereses de la deuda, han pensado que a los extremismos se les combate con más desequilibrios y más gasto estructural, y se encuentran con la realidad de que no solo se ponen escollos al crecimiento, sino que alimentan aún más el argumentario de esos extremistas. Cuando introduces en la mente de la gente la idea de que el dinero es gratis y crece en los árboles, tienden a creérselo.
¿Por qué? Porque una política monetaria diseñada para dar tiempo a que se llevasen a cabo reformas profundas se ha utilizado como excusa para incentivar el gasto, la deuda y tomar más riesgo. Efectivamente, como hemos dicho desde hace años, los tipos bajos y la alta liquidez no reducen el riesgo, lo disfrazan.
La producción industrial, índices manufactureros, confianza del consumidor e indicadores de tendencia económica han empeorado de manera notable hasta los peores niveles en tres años.
Según el BIS, un 10% de las empresas en las seis mayores economías de la Unión Europea son zombis (aquellas que no pueden cubrir sus gastos por intereses de deuda con beneficios recurrentes).
El Banco Central Europeo se encuentra en una trampa de liquidez porque los gobiernos siguen pensando que el problema de falta de productividad, crecimiento y deuda es de “escasez de demanda” y que son ellos los que tienen que gastársela. Y es un error constante de diagnóstico. No puedes incentivar la demanda destruyendo los incentivos a crecer, consumir e invertir.
No, el problema de la Eurozona o de España no es de falta de gasto ni mucho menos de falta de ingresos, es un problema de exceso de intervencionismo e impuestos que ahogan los sectores productivos mientras la política monetaria y fiscal beneficia desproporcionadamente a los sectores menos eficientes, más endeudados y de menor productividad.
Es un grave problema, porque la Unión Europea no se da cuenta de que la guerra de bancos centrales no se puede ganar cuando no eres la moneda de reserva del mundo y no tienes el dinamismo ni la balanza financiera de Estados Unidos. No solo por eso; es que el problema de la Unión Europea no es de falta de liquidez ni de tipos bajos, es que los agentes económicos están asfixiados en un sistema de desincentivos al crecimiento y el empleo.
La solución a la Unión Europea –y a España con ella– no va a venir de mayores desequilibrios financiados a costa de los salarios reales y los ahorros de sus ciudadanos. Es hora de cambiar un modelo que –sin quererlo, no nos engañemos–beneficia de manera mucho más agresiva a los sectores de baja productividad, los subvenciona y los zombifica, y le pasa la factura a los demás en forma de mayores impuestos.
No es que la política del Banco Central Europeo haya fracasado, es que los Estados han despilfarrado la oportunidad. Y piensan que la solución es despilfarrar más.
Y la solución, por primera vez en la Unión Europea de los planes eternos de gasto que solo dejan estancamiento, son políticas de oferta: reducir la pesadísima carga fiscal, aligerar la carga burocrática, aprovechar los elementos únicos y excepcionales de cada economía europea en vez de igualar constantemente a la baja, y reducir la pesada carga de gastos corrientes, en vez de hacer una carrera a ver quién gasta más. Unir esfuerzos en una regulación tecnológica y financiera que sea sencilla, atractiva y sólida para ser líderes, no daños colaterales, del cambio global.
China ha implementado esta semana la mayor bajada de impuestos de su historia, y Estados Unidos lo hizo hace un año y medio. La Unión Europea, aumentando sus desequilibrios y costes fijos, se convierte en un perfecto peón a sacrificar en una negociación entre EEUU y China. Es como un atleta que se presenta a una carrera con treinta kilos de más y dos bolas de acero encadenadas a los pies.
Mario Draghi no tiene la culpa de que no se hagan reformas estructurales que no dependen del BCE, pero el BCE sí tiene la culpa de mantener un sistema de incentivos perversos cuando sabe que se abusa de él.
Los gobiernos seguirán apuntándose una bajada de prima de riesgo de la que no son totalmente responsables, porque la demanda en el mercado secundario de sus bonos si el BCE no inyectara liquidez sería inexistente a estos tipos. Pero lo triste es que nuestro Gobierno está ignorando todas las señales de ralentización y poniendo enormes escollos al crecimiento mientras gasta mucho más sabiendo que el destrozo tendrá que gestionarlo otro. Y entonces le echarán la culpa a los “recortes” y a que el BCE no apoya.
La política monetaria expansiva es siempre contraproducente cuando el principal beneficiario, el sector público, la usa para desplazar y asfixiar al contribuyente. Y los riesgos de zombificación se convierten en realidades.