Las imágenes dan miedo. Una muchedumbre de doscientas personas se amontona en unas escaleras aplastando a un grupo de personas que intenta subir por ellas. Entre esas personas, Cayetana Álvarez de Toledo, Maite Pagaza, Josep Bou y Alejandro Fernández.
Las hostias vuelan, los escoltas intentan proteger a los políticos y la masa se mueve como una ola. Supongo que así es como palmas en una avalancha: con una pared a un lado, una barandilla al otro, sin poder avanzar y sin poder retroceder. Así de estúpido y así de rápido. Asfixiado por un par de cientos de nazis catalanes que te quieren ver muerto.
"Álvarez de Toledo, increpada al llegar a un acto constitucionalista en la UAB", titula su artículo el diario La Vanguardia. "La candidata ha tenido dificultades para acceder a la universidad" subtitula. "Increpada" y "dificultades". Hay que joderse.
Si no ves el vídeo y te fías del diario del conde, la imagen que te viene a la cabeza es la de Cayetana tirando con las dos manos de una puerta mal engrasada mientras un estudiante granujiento le chilla "flojucha" a falta de peores insultos en su repertorio.
Eso sí. El fotograma escogido por La Vanguardia para ilustrar la noticia es ese en el que se ve a un tipo sin identificar que, en un momento dado, y después de escapar de la turba, levanta el brazo y le dedica el saludo nazi a la concurrencia. Nadie sabe quién es ese tipo o qué hace ahí, si pertenece al equipo de Cayetana o es un estudiante de la UAB, si tiene algo que ver con el acto o es un espontáneo cualquiera. Pero La Vanguardia, frente a la noticia de que doscientos estudiantes casi matan a Cayetana Álvarez de Toledo, Maite Pagaza, Josep Bou y Alejandro Fernández, lo sube a su portada.
La caza del facha anecdótico en los actos de PP y Ciudadanos es un género vernáculo del periodismo catalán. Exclusivas sobre casos de corrupción que afecten a los partidos nacionalistas de la región, ni una sola en cuarenta años de democracia. Ni en La Vanguardia ni en El Periódico de Catalunya, Avui, El Nacional, El Punt, Segre, Vilaweb, Diari de Tarragona, La Mañana, Diari de Girona, Regió 7, Nació Digital, El Nou 9, Diari de Sabadell o el Diari de Terrassa. Ni una ni media. Todas ellas reveladas, sistemáticamente, por la prensa de Madrid.
Pero a la hora de cazar al facha anecdótico, sin importar que se trate de una manifestación de un millón de personas o de un acto en un espacio de libre acceso como es una universidad, la prensa catalana no tiene rival. Ahí es donde el periodista catalán, que languidece entre visita y visita de su presidente autonómico a ferias de la butifarra, homenajes a la sardana, conferencias sobre reciclaje de purines y guateques de minifalderas con peineta, desata su instinto para la noticia y tras un leve husmeo de la concurrencia, localiza al facha de turno. Cumplido su deber para con la patria, el periodista catalán se rasca el ombligo, localiza con el palillo el paluego con regusto a ratafía que anida en sus muelas y vuelve a sus quehaceres habituales.
Cataluña es una anomalía del Estado de derecho y la derogación de su autonomía empieza a ser un imperativo democrático. Lo era hace ya cuarenta años, cuando Jordi Pujol decidió que las cuatro patas de su régimen serían la inmersión lingüística, la construcción de un régimen clientelar copado por afines a la causa, una policía propia y el control de los medios de comunicación públicos y privados. Pero se ha permitido que el nacionalismo llegue hasta aquí y ya no basta con pararlo: hay que hacerlo retroceder. En concreto, hasta 1978, para que los catalanes puedan hacer la transición a la democracia que no hicieron entonces.