Querida Isabel: España es injusta, divertida y corrupta, España regala palabras calientes, rodillas desnudas y rabillos del ojo; España es pizpireta, exagerada y caradura, y tú eres una representación de España, tal vez la única que nos queda en estos tiempos oscuros del trap. Isabel, ayúdame. Yo no quiero vivir en un país sin folclóricas.
Nuestro terruño disgregado ha vuelto a encontrar una vocación común, una pasión transversalísima, y es ver cómo te tiras de un helicóptero y aterrizas en las orillas de Honduras para convertirte en superviviente de un reality show infecto. Nada se me parece más a El ángel exterminador de Buñuel que contemplarte aislada y hambrienta -burguesa y enloquecida- en una isla desierta pero atiborrada de palurdos mediáticos. Ese día, te lo prometo, estaré delante de la televisión vestida de tonadillera y descorchando el mejor vino del Carrefour. El nombre del programa te sienta como una bata de cola, Isabel: tú nunca has sido una víctima. Siempre has recurrido al canallismo ibérico para sacudirte los avernos, los contratiempos, los horrores del corazón. Tú metes tres voces y hasta el último de los tertulianos de provincias se queda catatónico, aguardando tus epifanías de hembra herida pero firme. Tú marcas el ritmo de la verbena nacional: España huele a pollo a la Pantoja.
Isabel, tú eres mi rapera predilecta, mi gangsta de cabecera, mi villana costumbrista favorita. Te imagino entrando al patio de las presas con tus gafas de sol morales y se me ponen los pelos de punta: en mi cabeza suena Snoop Dogg. Te imagino siempre altiva -en las duras, las maduras y las podridas-, con esa chulería sevillana tan tuya, derribando paparazzis a hostia limpia, apretándote bien el moño o entonando coplillas para las compañeras de celda. Qué rebeldía que persistas coqueta, medio arrobada, en estado de seducción constante: los ojos te guardan el brillo antiguo de cuando creías que las cosas podían salir bien, de cuando la vida estaba por estrenar.
Te recuerdo enamorada y rural, dispuesta a dejar los escenarios por Paquirri, con la naricilla hundida en sus mejillas toscas y hermosas de hombre de campo. Con la carcajada larga, desinhibida, masticando por dentro la procesión de los celos: las malas lenguas contaban que el torero, pocas horas antes de tu boda, había llamado tres veces a casa de Carmina Ordóñez. Dicen que le bastaba una palabra suya para parar el fiestón cañí. Pero la reina del “a mí plin, yo soy Ordóñez Dominguín” -cariño: ya hay que ser filósofa- nunca se puso al otro lado de la línea y el desposorio siguió adelante. Qué mayor lección que esa: no solamente somos las veces que renuncian a nosotros, sino las veces que renuncian a quien tenemos enfrente.
También chivan por ahí que Lola Flores te echó una maldición gitana -besándose el pulgar, para sellarla jondo- en pleno Florida Park, en el 78, porque Paquirri había pasado de su hija Lolita para irse contigo. Agárrate ahí. Bastante has resistido, Isabel: de una de esas profecías lanzadas desde el fondo del ojo, alguien que no tuviese tu estoicismo no se volvería a levantar. De una de esas se pierde el futuro: una acaba gritando en Aquí hay tomate, en la trena comerciando con cigarros o haciendo fuego con las piedras en América Central.
España se quedó viuda cuando tú, niña Isabel, y desde entonces, maldita la gracia en el barro patrio: hoy sólo se morrean en los photocalls las modelos con los futbolistas, no hay quien sobrelleve este coñazo. Quién va a hacer el amor y la guerra como tú, quién va a volver a ser tan feliz como con todo lo perdido. Que a todos nos da cornadas la vida, Isabel, pero con las tuyas hizo un discazo José Luis Perales. Marinero de luces, Mi pequeño del alma, Era mi vida él, Hoy quiero confesar. Ahí es nada.
A los parroquianos les quedan tus enseñanzas: tus “cómprate una vida”, tus “los cañones, hacia mi persona”, tus “no me vas a grabar más”, tus “dientes, dientes, que es lo que les jode”. Les queda tu gesto sobreactuado, tus hijos repartidos como abono por los platós de España, tu tragedia vital, tu garbo narrativo, y la imagen aquella en El Rocío donde tu preso malayo te preguntaba "gitana, ¿tú me quieres?", y tú respondías, con terrorífica dulzura, que más que a ti. Tú siempre lo has amado todo así, a lo sálvese quien pueda, como una kamikaze del barrio del Tardón que se revitaliza cuando se despeña. Isabel, el meme se acerca, la leyenda muere, y no pasa nada: ser humana era esto. Sigue tu eterna romería.