Laura Duarte, candidata de PACMA al Congreso, ha protagonizado el vídeo más inquietante de la campaña electoral: no había nada real en él. Colocada en la distancia de Ojeda, acercaba ramitas al mastodonte, que las masticaba como mastican los dinosaurios de Spielberg. Daba la sensación de que iban a desenchufar en cualquier momento a ese bicho con aire de robot vegano, lento y aburrido por la compasión. Duarte creyó desmontar la tauromaquia, siglos de cultura popular arraigada en dos continentes, en un minuto, haciéndole el teléfono vegetariano a un buey de santuario. El plan era perfecto, salvo por un detalle: Marius no es un toro.
Ni siquiera tenía nombre de toro, el bicho bobo de hechuras no normativas. Una ballena varada en las guarderías preparadas por la formación animalista, centros que convierten en mascotas a todos los seres vivos del planeta, incluidos nosotros. El sketch de Duarte define perfectamente a su partido, que pretende proteger a los animales sin conocerlos. A la formación le quedan lejos las personas y grande la naturaleza, a la que respetan sólo si tienen posibilidad de intervenirla con pañales o castrándola. Por eso quieren meter la tauromaquia en el código penal de un país irreconocible sin ella. Los toros son el objetivo principal de su posible aterrizaje en las instituciones: no pueden permitirse convivir con una manifestación cultural que arruina la visión del mundo que buscan imponer.
El PACMA es la decantación analógica de todos los bulos sobre las corridas que habitan en Internet. Al partido lo vertebra la mentira, está fundado sobre las fake news. La corriente de medias verdades, falacias, imágenes o vídeos trucados alimentó durante años a los expertos en perros y gatos que teorizan sobre cómo debe comportarse un toro en la dehesa. Comieron ese alpiste. No sólo queda la demagogia, detrás hay una extraña circulación de ignorancia que mantiene en pie al partido. La inercia de la desinformación cristalizó en Silvia Barquero, la presidenta, entrañablemente voluntariosa, capaz sólo de actuar contra el toreo con los argumentos folclóricos de siempre, el torero arrepentido y el toro Ferdinando, limitada: no conoce en profundidad aquello que pretende eliminar.
Sus partidarios y dirigentes disfrutan de un marco intelectual diferente al resto, como si la condición de animalistas, y concretamente de antitaurinos, llevara implícita la posibilidad de armar un discurso podrido de trolas y ofrecérselo, impunemente, a los electores. Juegan con esa ventaja frente al resto, enviando un programa profundamente contrario a sus iguales. El ser humano no cuenta nada para el PACMA, el partido de la reevolución, el lema terrorífico con el que pretenden refutar todo lo que somos.