No importa que sean trescientos mil más los votantes que del PP han migrado a Vox respecto a los que lo han hecho a Ciudadanos. Qué más da la evidencia numérica. Aún no se habían abierto las urnas y ya era un clamor: el PP se hunde y es porque se ha escorado hacia la derecha. El PP tiene que volver a centrarse. El PP tiene que ampliar su base. El PP se ha equivocado abandonando la moderación.
¿Quién lo decía en la noche electoral? ¿Quién a la mañana siguiente? La mayoría, periodistas, comentaristas, tertulianos de guardia que nunca han votado al PP ni piensan hacerlo, pero para no faltar a su secular tradición, el lunes el PP ya había comprado el mensaje -a continuación del de "la fragmentación de la derecha"-, y el martes su "deriva radical" ya había adquirido condición de único diagnóstico. Porque si la izquierda lo dice, si desde siempre se ha permitido que sea la izquierda quien marque el centro, ¿quién es la derecha para llevarle la contraria? Desde la Euskadi en la que se ha perdido todo –incluso el escaño del director de campaña, Javier Maroto-, a la Galicia en la que del no molestar a los nacionalistas se ha hecho virtud, se exige un cambio de rumbo que, de no mediar unas elecciones inmediatas, se estaría convirtiendo ya en motín.
Y mientras, hacen análisis de vuelo corto y afilan los cuchillos los damnificados por las listas electorales y los perdedores del último congreso. Mientras, se cuentan y recuentan los votos por pueblos y por distritos -como si en ellos estuviesen las claves-, y los senadores que han mejorado los resultados de los diputados gracias al mensaje -multiplicado hasta la saciedad- del 1+1+1, sacan pecho. Mientras, cada jefecillo pone en valor una caída una milésima menor que la del de al lado. Mientras todo eso ocurre, y se aceptan acríticamente los cantos de sirena de la izquierda o de los que carecen de ideología, se olvida lo principal: ¿qué clase de partido se ha salido a vender en estas elecciones? ¿qué partido se pretende ofrecer en las próximas?
Quienes deberían decirlo, quienes toman las decisiones en Génova 13, se conforman con hablar de centro y de moderación, incluso de lo bueno de tomar un poco de la izquierda y otro tanto de la derecha como definición de ese centro salvífico en el que están los votos perdidos (incluso ante la evidencia de que, como he dicho al inicio, la mayoría estén realmente en lo que ahora Casado define como "extrema derecha" y no en lo también denomina, con acierto, socialdemocracia, refiriéndose a Ciudadanos).
¿Centrarse significa dejar de opinar sobre los temas culturales que a determinados dirigentes del PP incomodan? ¿Ser moderados implica hablar únicamente de gestión económica? Podría ser si no fuera porque Vox no va a permitir que dejen de estar en agenda y lo están porque la izquierda así lo ha decidido y porque, tarde o temprano, pasan por los Parlamentos -también por los autonómicos- y algo habrá que votar. Y sobre todo porque, si antes de la existencia de Vox, el PP de determinadas autonomías se había permitido impulsar o votar a favor de leyes contrarias al ADN liberal del PP (el que defiende las libertades individuales y no las de los colectivos) y de sus valores, sin que sus votantes se enterasen, ahora tienen quien les diga qué significan algunas de las decisiones del PP de sus regiones y por qué no deberían gustarles.
Por eso, por mucho que en un intento desesperado de salvar los muebles, los barones regionales del PP pretendan reeditar el marianismo no compareciente en la batalla cultural y el que tuvo el económico como único argumento, lo van a tener difícil porque los tiempos han cambiado.
Y si hablamos de las CCAA con presencia nacionalista, ¿cuál será el fiel de la balanza de la moderación? ¿No molestar? ¿Seguir permitiendo el statu quo de la excepcionalidad constitucional en sus territorios? ¿Dejar que la lengua del Estado siga estando fuera de la Administración y de la escuela? ¿Optar por el engaño de un "regionalismo" claudicante? Porque ya advierto que para los nacionalistas –los que en esas regiones definen el centro- la moderación no significa otra cosa sino eso: mantener esa situación anómala y mirar para otro lado cada vez que se da un paso más en el camino de la autodeterminación, preferiblemente junto a otros territorios.
Así que, guste o no, será difícil estar en el centro si eso significa tratar de eludir los debates molestos. Tener discurso propio quizá saliese más rentable y mucho más lógico sería hacerlo desde ese centro que se pretende. Y más honesto.
Y, por cierto, insultar o tratar de culpabilizar a los votantes que han ido a otras formaciones no es el mejor modo de recuperarlos.