No han pasado todavía noventa horas desde las elecciones del pasado domingo y ya anda media España arrepintiéndose de lo votado. Y a la cabeza de esa media España, los votantes socialistas que le piden a Pedro Sánchez que no pacte con Ciudadanos, los votantes socialistas que le piden a Pedro Sánchez que pacte con Ciudadanos y todos esos que, sin ser votantes socialistas, le piden a Ciudadanos que pacte con el PSOE para evitar que Pedro Sánchez se quede encerrado en una habitación a oscuras junto a Unidas Podemos y ERC.
Los primeros parecen desear un PSOE que aplique las políticas y los cordones sanitarios de Unidas Podemos. La pregunta obvia es para qué votan socialista si su partido es Unidas Podemos. Y la respuesta es también obvia. Porque Unidas Podemos no gana elecciones y el PSOE, sí. Los segundos parecen querer disfrutar de la superioridad moral del voto socialista, pero sin ser víctimas de ese efecto secundario del voto socialista que son las políticas socialistas. Que es como jugar al paintball, subirse a una montaña rusa o ver una película de terror: toda la emoción y ninguno de los riesgos.
Los terceros tienen muy probablemente razón, pero se equivocan al poner la presión en Ciudadanos. En primer lugar, porque el que amenaza con gobernar gracias a los votos de populistas y nacionalistas es Pedro Sánchez, no Albert Rivera. Y, en segundo lugar, porque sería un sano ejercicio de maduración política para el PSOE, y personal para Pedro Sánchez, asumir la responsabilidad final de sus decisiones sin que "el mundo empresarial" o "la sociedad civil" lleguen al galope para salvar a los socialistas de sí mismos una vez más. Así que las presiones, mejor sobre el partido que supone una amenaza, no sobre el que es visto como una solución.
Estamos en 2019 y uno vota al PSOE sabiendo lo que vota. Porque llevamos cuarenta años con el mismo muerto viviente en el jardín. Treinta de ellos con el Muro de Berlín convertido en atracción turística para millennials que creen que era el capitalismo el que ametrallaba a sus ciudadanos cuando escapaban al paraíso comunista. Y ahí sigue el socialismo, inasequible al desaliento, incrementando la presión fiscal en épocas de recesión, ejecutando chicuelinas frente a sus dictadores bananeros, metiendo sus zarpas en las tumbas, dividiendo a los ciudadanos por sexos, por comunidades, por ideología, por colores.
En pocos meses, el Tribunal Supremo dictará sentencia en el juicio a los líderes del procés. Si de esa sentencia sale una condena por rebelión o sedición, los medios podremos, por fin, calificar a los condenados de "golpistas" con todas las letras y sin necesidad de añadir la coletilla "supuestos". Para ERC, en concreto, será su tercer golpe de Estado en menos de cien años. Dos de ellos ejecutados contra la República. Uno de ellos contra la democracia. Ninguno contra el franquismo.
Una condena por rebelión o sedición no supondría únicamente, y hay que detenerse en este punto porque no es menor, la condena de una docena de personas, sino la deslegitimación radical del Gobierno de la Generalidad, de los tres partidos separatistas catalanes y de la sociedad civil nacionalista en pleno. Del régimen que ha gobernado Cataluña desde la Transición. Si la corrupción comporta mociones de censura, ¿qué debería merecer una condena por golpismo para una comunidad autónoma cuya única actividad política conocida a lo largo de los últimos cuarenta años, y se dice pronto, ha consistido en el diseño, la preparación, la ejecución y la defensa de ese golpe?
La superioridad moral socialista ha blanqueado todo lo que ha tocado en España. Y ejemplo de ello es el mismo Arnaldo Otegi, que ya comparte mesa y mantel con el socialismo vasco sin mayor problema y mientras quedan por resolver trescientos asesinatos de la banda a la que él perteneció. Pero quizá va siendo hora de decirle al socialismo que en España hay dos partidos perfectamente democráticos con los que pactar y una pléyade de partidos de los que huir como alma que lleva el diablo. Que populistas y nacionalistas no son, en fin, una maldición gitana inescapable para PSOE, PP y Cs.
Los populistas y las formaciones nacionalistas son partidos que bailan sobre la misma raya que separa la democracia de otro tipo de sistemas de Gobierno. Partidos que no consideran la democracia como un fin, sino como un medio para la construcción de sociedades de las que será excluida, por métodos necesariamente coercitivos, la mitad de la población. Si no se tiene claro esto, mejor dedicarse a otra cosa.
Que el PSOE pacte con ellos no normaliza lo anormal. Si no se quería esto, había otras papeletas en los colegios electorales. Así que las presiones, al PSOE.