Hace un año y siguen ahí. Varados. La mayoría en Valencia. Ochenta en Francia. Son los del Aquarius. Los inmigrantes que después de ser rechazados por Italia y Malta, llegaron a España como la carta de presentación del nuevo adalid de la solidaridad internacional: Pedro Sánchez.
Los líderes del Pacto del Botànic los esperaban en el puerto. Mónica Oltra, Ximo Puig, consejeros, directores generales, socialistas, podemitas, dispuestos todos a no perderse esa foto del santoral laico que les redimiese de todos sus excesos.
–Pobres, no sabes lo que han vivido. Esto te sirve para valorar lo que tienes. Como si el sufrimiento o la pobreza ajenos existiesen sólo para que los que vivimos bien nos sintamos mejor.
Con la llegada de los inmigrantes al puerto de Valencia se ponía en marcha la Operación Esperanza Mediterránea. Diez días después, la mayoría de ellos eran acogidos por Cáritas –sí, por la organización de la Iglesia– porque otra cosa no, pero experiencia en solidaridad y conocimiento del sufrimiento y del desamparo, tienen como para dar lecciones a cualquiera. Sobre todo a los que llenan sus perfiles en las redes, sus concejalías (o lo que sea) o sus mítines, de llamadas a la justicia social.
Sólo un ejemplo: desde que se inició la crisis de refugiados, mucho antes de los Welcome Refugees, y sin necesidad de pancartas ni alharacas, Cáritas Diocesana ya había creado una comisión específica para la acogida de refugiados, y lo que es más importante, esa acogida la había hecho efectiva.
En cuanto a lo que ocurre en África, no se me ocurre mejor red de solidaridad que la que tejen los misioneros, ni mayor conocimiento del terreno, no desde la óptica paternalista y en ocasiones colonialista de la que muchas oenegés adolecen, sino desde la razón del que siente África –con sus tesoros y sus miserias– como su tierra.
En cualquier caso, además de la calurosa bienvenida, las fotos, las mantas y las mochilas, los inmigrantes de la flotilla del Aquarius recibieron un permiso de residencia de 45 días, y para los solicitantes de asilo se previó un periodo de acogida de seis meses, transcurrido el cual iniciarían la fase de inserción laboral (cuarta o quinta de la Operación Esperanza Mediterránea). Perfecto.
Pero la mayoría de las veces las esperanzas, mediterráneas o no, acaban frustradas y un año después, los inmigrantes del Aquarius no han conseguido el estatuto de refugiado ¿Por qué? Simplemente porque no cumplen con alguno de los cinco motivos de persecución contemplados en la Convención de Ginebra para otorgarles ese estatuto.
Y es que una vez apagados los flashes, llega la burocracia prosaica e inclemente y recuerda que la ley existe y que las buenas intenciones sólo sirven para empedrar el infierno.
Y eso vale no sólo para los del Aquarius, sino para todos cuantos llegan por desesperación o por ansias de mejorar su vida y a los que se les abre la puerta sin contarles que, detrás de ella, lo único que hay es la ilegalidad y la exclusión social.
Podemos firmar acuerdos como el de Marrakech, llamarles migrantes –como a las aves–, prohibir que se les menciones como ilegales, fingir que es posible un mundo sin fronteras, pero la realidad es tozuda.
El africano que extiende su tela en el suelo y vende copias de marcas de lujo ejerce una actividad ilegal, y negar la evidencia no hará que desaparezca su estatus jurídico ni el de los objetos que vende. Tampoco el hecho de que su situación le aboca a la marginalidad, mientras que el dueño de esos bolsos, carteras, gafas o lo que sea, es el que se está lucrando. Y lo hace a costa de la miseria ajena y del mal entendido buenismo de la autoridad que mira para otro lado –o no– sin más criterio que la oportunidad.
Y ¿qué decir de las mujeres que llenan burdeles y polígonos, víctimas de la trata de seres humanos, con cuya realidad se convive como si no existiera? ¿De verdad era eso lo que tenía que haber al final del arcoíris? Unos y otros ¿para eso se embarcaron en una aventura incierta, en la que a muchos no se les ahorró ningún sufrimiento? ¿Eso era la Tierra Prometida?
Y se creen buenos y solidarios quienes piensan que no poner puertas al campo en materia de inmigración es la solución, que es su mal entendida conciencia o su rédito electoral lo que importa, y fingen ignorar cuáles son los resultados de su falta de visión y su cobardía para los que dicen proteger. Las consecuencias, no sólo cuando ya están aquí, cuando ya han entrado, sino también en un trayecto que en muchas ocasiones es mortal.
Por desidia, por lo que sea, eluden un debate, no sólo jurídico sino sobre todo político y ético, y que se resume en cómo conciliar el deber moral de atender a todas aquellas personas que abandonan sus hogares huyendo la guerra o de la miseria, y la necesidad de regular el enorme flujo migratorio al que se está viendo sometida Europa y las consecuencias sociales, políticas e incluso identitarias que se están produciendo.
Y no vale llamar xenófobo a quien las pone encima de la mesa. Ni vale, ni cambia la situación.