En lo único que acertó Televisión Española con Otegi fue en tomar la decisión de entrevistarle. Falló en todo lo demás.
Se equivocó al invitarle precisamente en la víspera de la celebración del Día de las Víctimas del Terrorismo. Con todos los días que tiene el año, demuestra falta de sensibilidad.
Se equivocó también al entrevistarle en mitad de las negociaciones para la investidura del presidente de España, donde los votos de Bildu son claves, lo que da pábulo a la especulación de si la cadena pública ha entrado de nuevo en el juego del Gobierno, ahora para intentar blanquear a un posible aliado.
Se equivocó al no pactar previamente unas reglas. La entrevista nunca debió ser un pregunta-respuesta al uso, en el que el protagonista dispone de todo el tiempo para lanzar su propaganda sin ceñirse la mayoría de las veces a lo que se le plantea. Se dirá que a otros políticos se les concede ese trato. Otegi no es un político como los demás. No lo digo yo, lo dice su historial criminal.
No debió consentirse, por ejemplo, que interviniese desde fuera del plató, lo que complica enormemente las réplicas y contrarréplicas. Otegi supo explotar la ventaja y convirtió en inútiles los esfuerzos del entrevistador por puntualizarle. Las interrupciones y objeciones que en una conversación cara a cara hubieran resultado naturales, incluso oportunas, con el formato elegido parecían intentos de censurarle.
Podemos convenir en que las preguntas no fueron condescendientes pero sí previsibles en exceso. En ningún momento se vio a Otegi acorralado, ni siquiera en apuros, cuando estamos hartos de ver cómo a políticos con una indudable trayectoria democrática -desde luego sin condenas en su haber por secuestro ni por pertenencia a banda terrorista- se les hace sudar tinta ante las cámaras.
La entrevista no se preparó bien. En televisión las imágenes son más verdad que las palabras. Cuando Otegi presumió de ser un hombre de paz y de contribuir a la normalidad en Euskadi, cuando se negó a condenar una y otra vez los asesinatos de ETA, cuando apeló a los muchos concejales que tiene, cuando habló de las dos partes en conflicto, cuando se jactó de haber negociado en secreto tanto con dirigentes del PSOE como del PP, cuando amenazó con desvelar conversaciones comprometedoras para estos últimos o cuando equiparó las torturas en los interrogatorios con los tiros en la nuca y los coches bomba, se le podría haber contestado con algunas de las imágenes del archivo de la cadena. Cada cual tiene grabadas las suyas en la memoria. Hay de sobra para elegir. Pero ni siquiera hace falta remontarse al pasado ni a los cuerpos amputados o los cadáveres humeantes. El otro día la gente de Otegi recibió a Fernando Savater entre escupitajos, amenazas y lanzamiento de piedras por ir a hablar a Rentería.
Todas estas circunstancias hacen que una entrevista que podría considerarse histórica, al ser la primera del líder de Bildu en la cadena pública, haya resultado un fiasco.
En un momento de la conversación, Otegi se burló de que hasta las autoridades españolas, en su búsqueda obsesiva por explotar el dramatismo, se habían equivocado al elegir como Día de las Víctimas la fecha en que murió una niña, Begoña Urroz, en un atentado que ahora se ha desvelado que no cometió ETA. Como si eso exculpase los otros veintitrés asesinatos de niños perpetrados por la banda y el reguero de huérfanos que dejó.
Pero se le podrían haber recordado las palabras de los hermanos de Begoña acerca de la reacción de los vecinos. Ellos también creyeron ver la mano de ETA tras el crimen. "Aquellos días eran las fiestas del pueblo. Mi madre nos ha contado muchas veces que el día del entierro de la niña salieron de casa con la cajita blanca mientras la gente cantaba y bailaba por las calles".
Para justificar su locuacidad durante el programa, Otegi presumió de víctima y se permitió reprochar al entrevistador: "¡Para una vez que puedo hablar!". Eso que se lo cuente a Savater.