Ahora con la calor y las sobaquinas, Madrid Central, los restos de Madrid Central, son un parque temático de la peste y las fritangas. El suelo tiene gonococos con solera y abolengo, los chuchos hipsters ladran a los tullidos y hay quien cree que se puede hacer Berlín en el corazón de La Mancha. Está bien que haya debate con Madrid Central, que fue de esas ocurrencias imprevisibles y maniqueas de Manuela Carmena. En tanto que el CO2 son los bancos y que cada tubo de escape es un brindis del heteropatriarcado de la Texaco imperialista, su huella consistorial era eso de convertir el centro capitalino en un pulmón. Carmena se nos hizo reina de la fotosíntesis y de los claveles con emisiones 0, y entonces se volvió inmortal en el chotis reciclable que es esta ciudad. Estos días del Orgullo no va a correr el aire, y las carrozas no van a pedales. Ay...
Respirar en Madrid no es un pecado, sino un milagro, como el sexo en las Vascongadas profundas: por eso nadie puede ir contra el espíritu de la ordenanza de Carmena para que más pura la luna brille y se respire mejor, como en el Tenorio.
Claro que el Medio Ambiente y la Ecología, y hasta la Neumología consistorial, no son un ordeno y mando para mayor dicha de veganos anémicos. Como todo, la conversión ECO de Madrid - o de Nueva Delhi- no puede basarse en una cojonada que muchos ven ya como la obra definitiva para canonizar en laico a Manuela.
Madrid Central fue un parche con esas buenas intenciones de los urbanitas de buena familia que quieren vivir en el centro y tener el oxígeno puro de un prado alpino. Madrid Central también contaminó los humores internos de los repartidores, de los hosteleros de tascas contestaría, y de otros públicos que el 'carmenismo' de pitiminí nunca ha tenido en cuenta.
Esto de Rita Maestre hablando con ciertas lágrimas de que Madrid se nos vuelve Chernobyl o el Londres dickensiano tiene su punto, sí. El mismo que el de la manifestación del otro día con la buena gente de Carmena, esa turba en chanclas y con gorra y camisas de tirantes que salió a la calle a parar el fascismo, a defender a las ballenas varadas y a pedir que los patinetes vengan impulsados por el cierzo.
A uno, ecologista y taurino, nadie le negará repoblaciones en Abantos, algunas inmersiones marinas recogiendo botellas y hasta un soneto al Pinsapo, reliquia vegetal y españolaza de la última glaciación. Lo que ocurre es que a Almeida, ese señor que figura junto a la belleza lánguida de Ayuso en los carteles, no tiene pinta de ir quemando plástico y prendiendo bosque.
El cambio climático 'es', sin duda, pero los domingueros de sábado que se valieron de la calidad del aire para protestar por la jubilación impuesta de Carmena nos causan una afectación sonrojante: su mayo francés fue salir a la solanera a pedir la vuelta de la juez a la alcaldía, como si Madrid se hubiera convertido en un túnel más negro que mi reputación con el traspaso de poderes.
Reducir el conservacionismo del Planeta a una medida ecopopulista es la metáfora del 'carmenismo' que se nos a ido a la tolvanera de la Historia. Y así hacemos ciudad casi olímpica. Con oxígeno, armenio y los gases nobles.